IMPROVISADO debate, nada frecuente en prensa, sobre un tema de alcance. Y es que Ricardo Peytaví, columnista de este periódico, polemiza con mi propuesta de revisar la conveniencia de la moratoria turística; un desacuerdo argumentado. Debo agradecer al director de este medio que me permita la réplica.

Sostiene el señor Peytaví que un destino turístico es algo muy delicado, cuestión que según nos relata tienen muy claro en la Florida, tanto que en ese Estado se espera hasta veinte años para conseguir la licencia para un nuevo hotel. Se pregunta si la aprobación de la moratoria en Canarias pudiera ser entendida como egoísmo empresarial -yo no he dicho nada-, y él la defiende como ejercicio de responsabilidad.

El ejemplo norteamericano es bueno. En efecto, podrá ser una de las economías menos intervenidas del planeta, pero también es la cuna del lobby como elemento de gestión política. Los lobbies, esos grupos de personas influyentes, organizados para presionar en favor de determinados intereses. Siempre se pega lo malo. Que le pregunten a los plataneros por el éxito de sus movimientos en la Unión Europea.

Cabe preguntarse quién defiende el interés general.

No soy nada sospechoso de defender el liberalismo puro, mas tampoco entiendo la reserva del mercado para un determinado grupo de actores. Tales prebendas tienen una difícil justificación y entonces se argumenta con dogmas de fe: territorio saturado, superación de la capacidad de carga (demográfica) o "no hay gente para tanta cama" como afirma Peyatví en su amable respuesta. Y nos convencen y la moratoria turística se aplaude como garante del Estado del bienestar.

Quien compra pensión completa por diecinueve euros diarios debe importarle poco qué se va a encontrar; y quien la vende acelera (o busca) su quiebra definitiva. Allá él. Otra cosa es que la Administración permita el fraude y que haya hoteles que lucen varias estrellas cuando están listos para demoler. A eso me refería cuando pedía el fin de la moratoria, un mecanismo que ha demostrado que no mejora la competitividad y además impide que se materialicen inversiones en el único sector económico que evoluciona favorablemente. Y sin inversión no habrá empleo.

Hay suelo urbano apto para el uso turístico y promociones inmobiliarias a medio terminar afectadas por la especulación financiera, sin futuro. El turismo no es una actividad coyuntural en Canarias y considerarla estratégica es poco.

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