Confiesa Pablo Zurita lo mucho que le cuesta entender que en Canarias siga vigente la moratoria turística. He leído su artículo publicado el sábado en este periódico para llegar a la conclusión de que no puedo estar más en desacuerdo, eso sí, con una salvedad. Califica el señor Zurita, por lo demás apreciado amigo, a dicha moratoria como una potente intervención en la actividad económica que beneficia a unos y perjudica a otros. Intervención desde luego que sí; potente, más bien no. Y en cuanto a lo de beneficiar a unos y perjudicar a otros, plena coincidencia de opiniones. La moratoria beneficia a la mayoría de la población del Archipiélago y perjudica a unos pocos empresarios, amén de los correspondientes políticos necesarios, que sólo saben ganar dinero poniendo un ladrillo encima de otro aunque apenas quede un metro cuadrado de terreno útil para seguir construyendo. Pero vayamos por partes.

En 1991 asistí a un congreso internacional de empresas de multipropiedad -o timesharing, si alguien se siente más a gusto con la terminología anglosajona- en Orlando, Florida. Esta modalidad de pasar las vacaciones cada año en un lugar diferente, fraudes aparte, se estaba extendiendo entonces por todo el mundo y Estados Unidos no era una excepción. Razón suficiente, además del propio lugar de la convención, para que aquello estuviese lleno de hoteleros gringos. En una conversación de bar tras las sesiones de un día le pregunté a uno de ellos si resultaba fácil, en cuanto a trámites administrativos, construir un hotel en Florida. "Oh, sí, siempre que esperes diecinueve o veinte años por la autorización", fue su respuesta en un español acentuado a medio camino entre Cuba y México. Y eso en el país que presume de tener la economía menos intervenida del planeta. Libertad de empresa sí, pero boberías no. Porque una cosa son las papas con carne o el arroz con leche, y otra la viabilidad de algo tan delicado como un destino turístico. Todo el mundo sabe, y cabe suponer que el señor Zurita también, que el producto más perecedero del mercado no son las manzanas, las peras o los bubangos que se venden en la frutería de la esquina, sino una habitación de hotel. Los bubangos todavía se pueden vender al día siguiente con un poco de suerte; la habitación que se queda desocupada una noche, se ha quedado sin vender para toda la eternidad.

Años después de aquella experiencia en Orlando, ya bien entrado el 2000, asesoré en cuestiones de comunicación a un grupo de hoteleros tinerfeños interesados en que se estableciera una moratoria. Lo consiguieron sólo a medias. ¿Egoísmo empresarial? Alguien puede pensar que sí. Yo lo vi, y lo sigo viendo, como un ejercicio de responsabilidad. Dándole la vuelta al título de una pegadiza canción, ni entonces ni ahora había gente para tanta cama. Ni la habrá -Dios nos libre- incluso contando con que nos llegue ese millón adicional de turistas del que habla Paulino Rivero. Diez años después de aquella iniciativa, y tras una moratoria muy descafeinada, las consecuencias han sido las previsibles: el año pasado se estaban vendiendo estancias con pensión completa en algunos hoteles del Puerto de la Cruz por diecinueve euros diarios. No sé cómo está la cosa este año. Prefiero no preguntar para no alarmar aun más. En cualquier caso, estimado Zurita, tampoco hay mucha moratoria que suprimir.