El elefante camboyano, gran superviviente de innumerables batallas y de la extendida explotación como bestia de carga, sucumbe por el ímpetu devorador que aniquila los últimos reductos forestales del país indochino.

Los bosques de Camboya albergaban en la década de 1990, cuando el país estaba en las puertas del final de una larga y encarnizada guerra civil, más de dos mil ejemplares de estos paquidermos.

En cambio hoy, cuando la población recibe los dividendos de esa paz y del desarrollo urbano, quedan apenas 400 elefantes, debido al maltrato del que han sido objeto por parte de la población.

"Durante muchos años en las aldeas se ha perseguido y matado a los elefantes porque los veían como una amenaza para sus cultivos y viviendas", explica a Efe Tuy Sereivathana, director del Grupo Camboyano para la Conservación del Elefante.

Al elefante que se acercaba a una aldea para buscar comida con la que saciar el hambre le aguardaban mortales trampas hechas con cañas de bambú acabadas en punta, e incluso los campesinos les arrojaban ácido que causaba graves heridas, explica este ingeniero agrónomo, que en 2010 fue galardonado con el Premio Goldman, considerado como el Nobel del Medio Ambiente.

Su grupo, asociado a la organización no gubernamental Fauna y Flora Internacional, consiguió tiempo atrás estabilizar el número de ejemplares con programas de concienciación en las áreas rurales en las que vivían algunos ejemplares.

Sin embargo, el desarrollo económico del país asiático, en el que las constructoras compiten por un palmo de suelo, se ha convertido ahora en el principal enemigo de estos animales, que se ven privados del hábitat natural y de la comida y agua que precisan para subsistir en un entorno cada vez más hostil.

"El problema es que no tienen espacio y que el suelo está fragmentado por carreteras y poblados que separan a las comunidades de machos y hembras y estos no pueden encontrarse y procrear", explica Tuy, apodado el "Tío elefante", por sus campañas en defensa de este animal.