DESPUÉS de varios intentos, por fin pude adquirir el libro al que hace referencia el mencionado título. Se trata de una edición cuidadísima de la Fundación Canaria Archipiélago con la colaboración del Gobierno de Canarias, lástima que se hayan olvidado de citar el ISBN (el copyright para proteger a los autores).

Cuando yo era una niña mi madre me regaló la colección completa de los libros de Elena Fortún, proscrita por el régimen, y que respondían al título de "Celia y sus amigos", "Celia en...", "Celia con...", que todavía conservo. Iniciando mi juventud pude leer varias obras de Pablo Neruda y Miguel Hernández que me llegaban a través de México. Sentía predilección por los poemas del poeta de Orihuela y en la actualidad ocupan en su totalidad un lugar destacado en mi biblioteca, incluidos los versos de los autores peninsulares en el homenaje que le hicieron en 1975, bajo una muestra antológica presentada por María de Gracia Ifach y Manuel García García, editada por Plaza y Janés, donde, por cierto, aparece el poema del canario Ventura Doreste.

En mi reciente autobiografía "Las caras de la Luna" (2006-2008), yo escribo sobre mi vida universitaria, administrativa, literaria y sentimental, aparte de tratar de otros temas. Son tan sólo pinceladas, esbozos de toda una vida que no puede resumirse en unos cuantos folios. En la segunda referencia, hago alusión a mi primer trabajo en la Delegación -entonces de Información y Turismo- situada en la Rambla del General Franco, y hoy con ese bonito nombre de Rambla de Santa Cruz. Pues bien, allí se me encargó como mi primer trabajo y la limpieza y el orden de la biblioteca surrealista, ubicada en un cuarto de baño antiguo, donde en la bañera con patas de león bidé e inodoro se almacenaban numerosas carpetas. Al abrirlas me encontré con una gran lista de los principales escritores y periodistas de las Islas, bajo el título de "Rojos", palabra trazada con rayas de lápiz del mismo color. Como en mi casa nunca se hablaba de política mi asombro fue mayúsculo y se me cayó la venda de los ojos descubriendo lo que era una dictadura, que allí llamaban blanda, y la negación del libre ejercicio de la libertad de expresión.

Estas consideraciones (recogidas en mis memorias) salen a colación por una frase recogida en "Las elegías últimas", del magnífico prólogo de Javier Cabrera, cuando en la página 18 dice textualmente: "Del cómo se resolvieron las dificultades para salvar la censura del momento (en el homenaje de la Universidad al poeta en 1967), tampoco se tiene noticia precisa o si esta, tal vez, siquiera hizo acto de presencia". Pues bien, yo a este respecto tengo que decir que, cuando llegué de Madrid con unas oposiciones ganadas con el número uno de mi promoción, me tocó debutar y lidiar con el estado de excepción impuesto en todo el territorio nacional y fui destinada, junto con otros compañeros, a usar el lápiz rojo en las galeradas siguiendo las estúpidas consignas que llegaban a través del teletipo. Aparte de lo duro y desagradable del oficio, y máxime para una recién estrenada periodista, el entonces secretario por muchos años, hasta 1974 que ascendió a delegado, el canario Opelio Rodríguez Peña, obedeciendo órdenes superiores, me llamó a su despacho para que subiera a la Universidad, dada mi juventud, y fuera una "correveidile" de dicho acto. Recibió un "no" rotundo que me salió del alma y, dada mi incomodidad de realizar aquellos cometidos, hice uso de la objeción de consciencia, di carpetazo a un futuro tal vez brillante y presenté la excedencia teniendo, una vez más, que partir de cero opositando como auxiliar, administrativa y técnico de la Administración del Estado en otro organismo oficial. Yo también ignoro si alguien me sustituyó como "espectador" del acto sobre Miguel Hernández o si se obtó por el silencio para que pasase más desapercibido dicho homenaje. Eso es todo.

Ahora, aprovechando el espacio que gentilmente me cede EL DÍA para mis comentarios sobre arte y literatura, desde mi modesta atalaya, quiero aportar mi granito de arena a ese magnífico libro con un humilde soneto: "A Miguel Hernández: Para lograr Miguel tu libertad / tuviste que morir encadenado / y releo en tus versos la verdad / tu rayo que no cesa iluminado. / Porque tu voz fue viento y tu bondad / fanal de luz de rosas coronado / yo quisiera llegar a tu lealtad / toda tu sangre surco enamorado. / Para mi ser tu brío y valentía / desde tu celda sé sólo mi guía / tu nana de cebollas mi mañana. / ¿Qué más puedo pedir cuando te canto? / pues fuiste perseguido con gran saña / sintiendo que te encuentro en mi quebranto".