UNA NUEVA edición del informe Pisa sobre calidad de la educación nos deja a los canarios a los pies de los caballos: nuestra juventud estudia poco y es repetidora, lo mismo que la española en general, con elocuentes excepciones. Muchas veces nos hemos preguntado de quién es la culpa. Si de unos padres que literalmente pasan de la educación de sus hios; si de unos docentes no involucrados en mejorar los estándares de eficacia educativa de esta comunidad autónoma; o si la culpa es de quienes gobiernan, que no han sabido adaptar el sistema a la capacidad -puesta en duda- de nuestra juventud, tan plagada de ninis (ni estudian, ni trabajan).

Es posible también que los profesores se sientan agotados, tras tener que lidiar con una audiencia difícil, mal acostumbrada en casa y que sufre aceleradamente una pérdida de valores. Que no sabe a dónde va, dicho en pocas palabras. Que ha optado por la comodidad y la holganza.

El informe Pisa es demoledor y tiene que llenar de preocupación a nuestra sociedad y a nuestros gobernantes. Estamos a la cola de los países desarrollados. Nos hemos llenado la talega con leyes que defienden al menor y hemos acabado con la paradoja de una madre acusada por el fiscal por darle un cachetón a su hijo. Las leyes alocadas traen decisiones alocadas. Hemos pasado de tolerar el maltrato a los más pequeños, en épocas no demasiado lejanas, a caer en el ridículo -por exceso de celo- de penalizar el castigo para corregir lo mal hecho. Los docentes tienen miedo. Hasta el punto de que hay comunidades que los han asimilado a los agentes de la autoridad, en cuanto a la presunción de certeza en su relación con el alumno y a la capacidad para sancionarlos y repeler sus agresiones.

Sufrimos unos resultados escolares pésimos y así no vamos a ninguna parte. Estamos formando erróneamente a los más jóvenes y estos chicos no están sacando fruto a sus años de colegio y posiblemente tampoco a sus cursos en las universidades, aunque éste sería otro cantar. Nosotros creemos que el origen del mal está en las familias. La familia española -y canaria- se encuentra en crisis desde hace años; no se asimilan del todo las separaciones y los divorcios -respetables y libres- de los matrimonios con hijos estudiantes; no anteponen en estos casos los padres el porvenir del menor, sino que ambas partes toman posiciones egoístas, pensando primero en ellos mismos. Todo esto repercute en el rendimiento escolar y resulta que no es más que una falta de civismo de los progenitores. Y en cuanto a familias sin divorcios, muchas han abandonado la educación de sus hijos, en posturas igualmente egoístas. Sin padres no hay buena educación. Y con crisis de valores, tampoco.