Pedro Delgado tiene 35 años y es invidente. Vende cupones de la ONCE en la calle Sargentos Provisionales de Santa Cruz de Tenerife.

Su jornada laboral comienza a las 6:45 horas, cuando su novia lo deja con el coche en su puesto de trabajo, un quiosco de la ONCE.

Santa Cruz no parece una ciudad especialmente inaccesible para un invidente, pero Pedro nos explica que está llena de barreras invisibles para ellos, que no pueden ver, y para nosotros, que no nos paramos a pensar en las dificultades diarias que puede tener una persona invidente.

Pedro tiene la suerte de que el horario laboral de su pareja y el suyo coinciden, por lo que ella normalmente lo lleva y lo recoge en coche. Si por algún motivo no puede hacerlo, él opta por coger un taxi, ya que su vivienda en el barrio de Tíncer está demasiado apartada y el transporte público no le es tan cómodo como al resto. "Si no hay nadie más en la parada de guaguas, la guagua puede pasar de largo y tú ni te enteras", resume.

Tuvo un perro guía hasta que este falleció y ahora ha solicitado otro y está a la espera. Aunque el perro guía le llevaba y le traía, Pedro tuvo algunos problemas con los conductores de guaguas, que se negaban a que subiera el animal o le exigían que le pusiera un bozal. Esto fue en los años 90 y Pedro cree que ahora la situación será diferente.

Sobre las 7:30 de la mañana se toma un cortado en un bar cercano. Está a solo unos pasos de su quiosco y hay un paso de cebra, pero cuando lo acompañamos hay un coche aparcado encima. No está mucho tiempo, pero el justo para tener que advertir a Pedro de que tenga cuidado.

"El otro día le dije a uno: Tiene el coche en el mejor sitio;y me contestó: No, si ya me voy, ya me voy...". Los que paran en un paso de cebra piensan que es sólo un momento, lo justo para hacer un mandado y ya está, pero ese momento puede causarle muchas molestias a una persona con discapacidad.

Pedro nació con glaucoma congénito y ve formas y cambios de luz y puede, en determinado momento, percibir y esquivar un coche, pero no todos tienen las mismas posibilidades.

A media mañana, el marido de una vendedora de la ONCE de un centro comercial cercano visita a Pedro. Todos los días Manolo charla un rato con Pedro y va con él a la oficina de gestión de servicios de CajaCanarias. Pedro extiende un brazo y le toca la espalda sin agarrarse. Esto es suficiente para que él pueda caminar confiado.

Manolo sí ve muchas de esas barreras que tiene la zona para las personas invidentes y menciona una que atañe más a los ciudadanos que a la planificación urbanística. "Las aceras están llenas de cagadas de perro". Los que vemos nos pasamos el día esquivándolas y aún así de vez en cuando pisamos una. Sin embargo, los que no ven no pueden hacerlo.

Pedro comenta que en la zona del tranvía la acera está a la altura de la carretera y de las vías del tranvía sin ninguna diferenciación. "Puedo acabar en medio de la carretera sin darme cuenta", dice. Además, los semáforos ya no "cantan" cuando están en verde. "Parece que a la gente les molestaba. Ahora creo que hay unos mandos para invidentes que, si los llevas en el bolsillo, hacen que piten", resume.

Otra cosa que le trae más de un quebradero de cabeza es la proliferación de cajeros táctiles. "El teclado puede estar en Braille, pero si tengo que tocar en la pantalla, cómo sabes lo que estás tocando".

Pero la historia de Pedro no es una historia de quejas, sino de superación. Estudió en el colegio Echeyde y después en el Instituto Tomás Iriarte "sin más problemas que los normales de la edad". Sus padres no querían enviarlo a la Península a un colegio especial, por lo que él se manejaba con una máquina de Braille "que hacía un montón de ruido".

Más problemas encontró a la hora de acceder a la universidad. Quiso estudiar Fisioterapia. "Dos profesoras se empeñaron en que una persona ciega no podía ser fisioterapeuta y a pesar de ello logré entrar, pero consiguieron aburrirme", reconoce. Tiene el 80% de las asignaturas aprobadas, pero no ha terminado la carrera. "Aprobaba las prácticas y suspendía la teoría, que es lo más fácil porque te pones a estudiar y ya está", se lamenta.

Además, es un corredor tres veces olímpico. Participó en las Olimpiadas de Atlanta, Sydney y Atenas y consiguió dos medallas. "Una plata en 4x400 metros en Sydney y un bronce en 800 metros en Atlanta", explica. Empezó a entrenar cuando era adolescente y aún hoy lo sigue haciendo casi a diario, aunque ya no compite más que a nivel regional.

La vida diaria de Pedro parece tranquila, pero es una competición constante. No tanto por llegar el primero, sino por ser capaz de superar todos los pequeños obstáculos invisibles que lo rodean.