LOS SINDICALISTAS más o menos liberados se han pasado la semana pidiéndole "dimisión" a Zapatero, mientras los medios de comunicación y la oposición le exigen que, de una vez, cambie a sus ministros y/o que adelante las elecciones. Y Zapatero, que desde luego no va a ir de huelga el día 29, pero que tampoco se va a sentir ni impresionado ni presionado por los resultados del paro, ya ha dicho que de dimitir, nada -otra cosa será presentarse o no a la reelección-, de crisis de Gobierno, nones y de disolver anticipadamente las cámaras legislativas, menos aún. Calma chicha, pues.

El discurso de alguien tan innegablemente dinámico como Zapatero se está volviendo inmovilista. No da titulares en sus entrevistas, que resultan más bien planas. Dice que el cambio es él, pero ¿dónde está el cambio? Justifica como puede sus impopulares medidas -comenzando, claro, por la reforma laboral- limitándose a decir que nos sacarán de la crisis, y ahora ha puesto la meta de la recuperación en febrero (y van...).

Empiezo a pensar que la huelga del día 29 acabará haciendo más daño a Zapatero que a los sindicatos, que ya es decir. Pienso que a ZP puede incluso llegar a favorecerle esta protesta contra una reforma laboral que, por lo demás, resulta incomprensible; pero, para ello, tendrá que replicar a los sindicatos con una ofensiva: medidas, proyectos, algún conejo de la chistera. Sin embargo, el presidente se aferra a que está haciendo lo que debe hacer aunque le cueste el sillón de la Moncloa y ya se sabe que no hay persona con menos imaginación que aquella que está persuadida de que está haciendo lo mejor y cumpliendo escrupulosamente con su deber.

No entiende ZP que con eso ahora no le basta, a menos que no le importe perder en las próximas elecciones o que haya decidido ya -que es lo que a mí me parece- no concurrir a ellas. La gente busca esperanzas, y no va a ser con los comunicados vacíos de contenido de ETA sugiriendo vagamente una no especificada tregua como los españoles van a conformarse y alegrarse. Sí, José Luis Rodríguez Zapatero se aferra heroicamente al timón, atado al palo mayor: ni toca a sus ministros ni dimite, ni come ni deja comer.

Y, mientras, algunos veteranos del partido le siegan la hierba bajo los pies, urden "operaciones políticas" rocambolescas en busca de recambios y dicen que, con Zapatero, la victoria es imposible, que ya ha empezado el poszapaterismo. Se lo pregunté a José Blanco en uno de esos tumultuosos desayunos político-empresariales, ante el que desgranó tres cuartos de hora de autocomplacencia, y me respondió que nadie piensa en eso del poszapaterismo, que ZP es el mejor para gestionar la nueva situación. Como si no pasara nada.