SI HACE DIEZ AÑOS nos hubieran dicho que el pastor de una pequeña iglesia de Florida podría poner en alerta al mundo occidental, nadie lo hubiera creído. Pero a fecha de hoy esto es así. ¿Qué extraño poder tiene el tal pastor por nombre Terry Jones? Ninguno. El señor Jones era seguramente tan radical entonces como parece serlo ahora y se le podría haber ocurrido entonces cualquier otra majadería o incluso la misma: quemar coranes, el libro santo del Islam. El señor Jones no ha cambiado; quien ha cambiado ha sido el mundo.

Cambió tras el brutal atentado del 11-S, que abrió la brecha definitiva entre dos civilizaciones que nunca se habían entendido demasiado bien, que durante siglos habían luchado y que con la modernidad se toleraban más o menos y más o menos fueron capaces de convivir en un mundo dominado por la hegemonía de dos bloques enfrentados en la llamada guerra fría y preocupados por sostener algo tan sutil como era el "equilibrio del terror". Pero aquello pasó y cuando todo parecía indicar que comenzaba una nuevo tiempo para el mundo, tal vez la pobreza, la explotación o el recuerdo de su grandeza perdida despertaron el sueño islámico, que se fue ridiculizando en algunos sectores, alimentado por conflictos internos y animado desde el exterior por quienes necesitan guerras para seguir con su negocio floreciente. El conflicto palestino, tan siempre ahí, daba además una coartada suficiente para justificar dentro y fuera lo injustificable.

Pero no sólo estos hechos -muchos más profundos y complejos de lo expuesto en las líneas anteriores- ponen en primer plano mundial al pastor Jones; la realidad de la aldea global completa el círculo, según el cual el aleteo de una mariposa provoca un cataclismo en el otro lado del planeta. El pastor y su triste idea de quemar coranes no hubieran trascendido hace diez años de los límites de su pueblo en Florida, pero hoy el mundo es una corrala donde la voz desquiciada de un desquiciado radical puede provocar -como se ha visto- reacciones en cadena hasta ocupar las primeras páginas de todos los periódicos y que los gobiernos occidentales se vean en la obligación de poner en alerta máxima su seguridad. Y todo porque un tipo insignificante de una significante iglesia de Florida ha decidido quemar coranes.

Falta, claro, el tercer pie: la radicalidad. La diferencia fundamental estriba en que si al imán de un pueblo iraní -valga como ejemplo- se le ocurre quemar biblias, en Occidente seguramente apenas sería ni noticia. Es la brecha mediática y la fractura radical que divide las dos civilizaciones. Naturalmente estoy generalizando, pero el lector sabrá acotar lo escrito en sus justos términos y de la misma forma que no todos los pastores son como el señor Jones, tampoco todos los seguidores del profeta son radicales.