LEÍA uno de estos días, en un rotativo de tirada nacional, el reportaje "Maltrato de los hijos a sus padres", otra modalidad de violencia doméstica: "Es muy duro dar el paso de denunciar a tu hija; y cuando es reincidente, más aún. Si hubiera sido la primera vez, pues perdonas. Y la segunda, también. Pero en mi caso era ya la tercera, y ya dije que no aguantaba más [...]. Mi integridad física peligraba, la próxima vez mi hija me mataba en un momento de euforia". María, madre de 45 años, casada desde hace 24, declaraba como víctima, ante el terapeuta, lo que durante años la familia cargó en silencio a sus espaldas.

"El fenómeno es minoritario, pero muy serio, preocupante, según alertó a finales de julio la Fiscalía General del Estado, porque el número de casos aumenta a velocidad de vértigo". ¿En qué quedamos: es minoritario o se incrementa a velocidad de vértigo? Casi inexistentes en la década de los noventa, los casos empezaron a aumentar a un ritmo preocupante a partir del año 2000. Durante 2008, las Fiscalías de Menores abrieron más de 4.200 expedientes por agresiones de hijos a padres, frente a los 2.683 del año anterior. En todo caso, esto apenas supone la punta del iceberg, puesto que los padres afectados se muestran reticentes a pedir ayuda: por miedo, vergüenza, sentido de culpabilidad o por reconocer el fracaso en la educación de sus hijos.

Los expertos hablan de una patología social propia de la época contemporánea -hoy se pretende "patologizar" todo lo que afecta a la familia, al matrimonio, a los hijos... a los centros de enseñanza y hasta los centros médicos. Lo "de patología social" está ya muy visto, y no justifica que la clave esté en la falta de unos pilares sociales, políticos y económicos sólidos y compactos. Para empezar: potenciar y fortalecer el matrimonio, restablecer la autoridad a los padres, así como la de los profesores -que haya disciplina en los centros de Primaria y Secundaria, ¡así de claro!-. Junto con una verdadera y eficaz conciliación entre trabajo y familia.

Si en el relato del caso inicial la señora está casada, sería interesante saber qué dice u opina el padre de la criatura; ¿dónde está o dónde estaba? Puesto que hoy hay muchos padres que no ejercen, han dimitido o están en excedencia de su paternidad. A mi entender, la educación familiar, que es la fundamental y esencial, es cosa de dos -de papá y de mamá-, con paciencia y perseverancia.

Según mi experiencia, siempre ha habido casos similares, la mayoría en grado de tentativa, y los seguirá habiendo. Ya que siempre hubo y habrá niños o niñas que han nacido con un "pie atravesado" y adolescentes o chiquitas "retorcidos". Pero, salvo raras excepciones, se cortaba de manera tajante y ejemplar antes de llegar a consecuencias mayores. Bastaba una recia complementariedad entre el padre y la madre junto con la ayuda de los profesores. Salvo aquellos casos de educación especial, para los que había excelentes maestros especialistas en pedagogía terapéutica.

Por lo tanto, coincido con Vicente Garrido, profesor de Pedagogía y Criminología de la Universidad de Valencia, que sostiene que hay niños que nacen con una cierta predisposición genética a comportarse así y pide que no se haga tanto énfasis en la culpa de los padres para que el peso del estigma no les impida pedir ayuda antes de que sea tarde: "El síndrome del emperador". Pero también coincido con Javier Urra, doctor en Psicología y primer defensor del menor de la Comunidad de Madrid, que considera que la causa es la educación demasiado permisiva y sin límites que recibieron estos pequeños tiranos: un fenómeno propio de la sociedad de "nuevos ricos".

En mis años dedicados a la docencia -casi siempre con preadolescente y adolescentes-, he visto unos cuantos chicos y chicas de este tipo: que se reviraban contra los padres. En algunos casos, había cierta tendencia genética -siempre con posibilidad de recuperación- y otros, criados entre algodones o con unos padres "colegas". A la vez, creo que el clima de violencia que vivimos -como el caso citado- se introduce de manera sutil, con la paradoja de venir disfrazada de "buenismo" y que es consecuencia de la filosofía de la Logse y la ideología de género, que, sin darnos cuenta, de manera inadvertida y silenciosa sigue imponiendo sus "constantes" en nuestra sociedad.

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