NO HAY derecho a que ese pueblo exiliado o casi asfixiado, pero nunca olvidado, siga viviendo en el infierno terrestre y entre las brasas más ardientes del planeta. Que nadie se confunda, aunque el susodicho clima forme parte de sus ancestrales horizontes nómadas y aunque en el castigo recibido se hayan organizado como maestros, asombrosamente con una fuerza de voluntad de hierro fijos y clavados en donde en la nada pega con su peor viento, están sufriendo y están gritando. Su dignidad les impide arrastrarse, pero usted y yo ya estaríamos fritos como conguitos achicharrados ante tamaña injusticia moderna. Tiene que haber una solución, hay que negarse a entender lo inentendible o a dar la razón al culpable. Haríamos bien en exigir activamente que se respeten los derechos humanos, tenemos que forzar a que se convoque el referéndum de autodeterminación, a lo que se comprometió Marruecos en 1991, y como exigen las resoluciones de Naciones Unidas y de la Unidad Africana. Como mínimo, con la fórmula que sea, que vuelvan a casa los expulsados. Cuanto más tiempo pase, peor, es una espoleta de acción retardada; Hassan se equivocó y Mohamed más.

Cuando llegaron a la región, donde la temperatura en verano supera los 50 grados a la sombra y en invierno el frío llega a congelar, no encontraron más que arena. Únicamente, gracias a una sólida estructura organizada y a los grandes sentimientos de solidaridad, fueron capaces de construir una sociedad organizada en wilayas (distritos) y dairas (pueblos) justo en el centro de semejante sartén.

No hay derecho a que los niños (los treintañeros ya no conocen otra cosa) tengan que resignarse a la maldita equivocación de quien haya sido el pellejo o pendejo responsable, es igual, la política de los que están a la sombra tiene que servir para algo y la ONU, que en este tema ha demostrado una inoperatividad y una poca vergüenza digna de sus más crueles críticas, tiene que dar alguna señal de vida. Esto no es un conflicto de baja intensidad, sino una ruina para todos. Es mejor tener una parte, aunque sea una frontera, de algo bien hecho que el 100% de un desastre que nunca levantará cabeza.

Hay que encontrar alguna fórmula, que seguro que la hay, para que su muy meritoria población se reagrupe en paz o para que su muy justo grito se oiga.

En el momento de la invasión marroquí la tasa de analfabetismo era del 95%. Actualmente, después de más de 20 años de exilio, los saharauis han progresado revirtiendo la cifra y así el número de personas capaces de leer y escribir son ahora el 90%. En cada daira hay guarderías, y en cada wilaya hay escuelas primarias. Para la educación secundaria han construido internados. Los mayores que despuntan van a universidades argelinas, muchos estudian enfermería y medicina; algunos afortunados son becados en Europa (España, Francia…) o América.

Han evolucionado gracias a un fuerte avance en la higiene, han sido capaces de evitar epidemias y controlar las altas tasas anteriores de mortalidad infantil. Como resultado de las políticas adoptadas en cuanto a la alimentación infantil, prácticamente no ha habido casos de malnutrición. La mayor atención está enfocada en la prevención por el Comité de Salud. En los campamentos las mujeres son la clave, han sido preparadas para ser auxiliares de enfermeras y ayudar en los dispensarios. Un hospital nacional funciona a tope.

Pero todavía, ¿qué pasa si en El Aaiún se reúnen 300 saharahuis para recibir a 11 compatriotas que regresaban de Tinduf? Pues que la policía marroquí mete leña: "Nos tiraban piedras y allí había ancianos, mujeres, bebés...", asegura Hamed Hmad, uno de los activistas saharauis presentes en el momento de la brutal carga policial en el bien llamado barrio de Casa Piedra. "Oíamos los golpes de los policías intentando echar la puerta abajo, menos mal que era de hierro". Los agentes intentaron impedir en todo momento que los saharauis recibieran a los activistas, pero cuando cientos de personas se habían congregado, decidieron cargar. Durante toda la noche, las personas que intentaban salir de la casa eran golpeadas con dureza, lo que provocó que una treintena sufriera heridas de diversa consideración. Entre los dañados se encontraban varios canarios y un activista saharaui, conocido como Manolo, procedente de Villa Cisneros, a quien la policía alcanzó con una pedrada en toda la boca.