Discurso sobre el Bicentenario de la independencia de Venezuela pronunciado por el embajador en España, Isaías Rodríguez, en la Feria de Turismo, Arte y Cultura de América Latina y Europa, EUROAL, celebrada el 4 de junio en Torremolinos (Málaga).

PERMÍTANME comenzar por el término "América Latina". Estamos conscientes que al llamarla de esta manera estamos cayendo, una vez más, en una forma eurocentrista de designar nuestro continente y que, al nombrarlo de esta manera, dejamos fuera de él nuestra gran población originaria y el amplio contingente africano que forma parte de nuestra nacionalidad.

La independencia de nuestra América aborigen aún está incompleta. No se ha sellado completamente. De esta independencia, de la cual este año se conmemoran dos siglos, se ha escrito mucho, bajo enfoques e interpretaciones diversas. La historia de esta independencia ha sido distorsionada por quienes nos colonizaron y por quienes aún pretenden seguir colonizándonos.

Debo empezar por afirmar, en primer lugar, que la visión de nuestros pueblos originarios en nada se identifica con ninguna de las lecturas de la historia oficial y, en segundo lugar, que a esa vieja historia contada y escrita por los colonizadores le falta los capítulos que hoy están escribiendo los pueblos americanos y los procesos sociales de nuestro continente.

Nuestra primera manifestación de independencia no fue la del 19 de abril de 1810; esa primera manifestación de independencia fue la resistencia de nuestros aborígenes a la idea de "progreso" traída por Europa, durante y después de la conquista. Esa idea de "progreso" destruyó no sólo seres humanos, sino tierra y agua; clima y bosques. La barbarie contra nuestros aborígenes produjo uno de los más grandes holocaustos de la era moderna.

Algunos ubican el contacto de España con nosotros como "un encuentro de dos culturas". ¡Qué encuentro de dos culturas! Ese encuentro no es otra cosa que el genocidio más grande cometido por España; la destrucción de alguna de las civilizaciones milenarias más importantes del mundo y uno de los saqueos más aberrantes y despiadados de toda la historia de la Humanidad.

En la historia oficial, "la resistencia" de nuestros aborígenes fue borrada totalmente. La conquista y la colonización fueron para Europa actos pacíficos, donde supuestamente se respetaron todos los derechos humanos y presuntamente fue aceptada pacíficamente.

Es imprescindible hacer notar esta resistencia porque es de innegable utilidad para entender los actuales procesos sociales que se desarrollan en Bolivia, Ecuador, Venezuela y Cuba, para referirnos sólo a cuatro países. Esos procesos no son más que la continuación de la resistencia aborigen por otros medios y en otro tiempo.

Las revoluciones americanas tienen hoy como propósito rescatar esa parte de la historia silenciada. En este sentido, la idea es ir más allá de la independencia política, que se logró contra España durante el siglo XVII.

Contemos la historia real

Europa competía por encontrar las vías más expeditas para llegar al Asia. Así encontró, primero, a África y, luego, a América. Para Europa, América era un continente desconocido, un planeta desconocido, que estaba más allá de donde el mundo se acaba.

En ese planeta desconocido encontraron oro, plata, estaño y toda clase de minerales. Encontraron tierras fértiles y vírgenes que decidieron cultivar. Para ello buscaron mano de obra barata, muy barata, esclava.

Inicialmente, utilizaron a los indígenas americanos como esclavos pero éstos huyeron. Por lo demás, esta población fue diezmada por las enfermedades traídas por los europeos. Luego del fracaso con los aborígenes, recurrieron a europeos procedentes de las clases más bajas, trabajadores y campesinos, con quienes celebraron contratos de servidumbre. También, estos esclavos blancos huyeron y se rebelaron contra los conquistadores. Finalmente los españoles y los portugueses trajeron a los africanos.

Como pueden ver, no fueron los africanos los primeros esclavos. La historia oficial miente o no relata con objetividad los hechos. En efecto, no hay una verdadera correlación entre "esclavitud" y "negritud". El término esclavo viene de «eslavo", de las primeras poblaciones blancas que, durante los siglos VI y VII, fueron reducidas por los mismos europeos.

En todo caso, fue de esta manera como se implantó en América un régimen feudal que no encajó ni en la historia, ni en la realidad americana. Mucho menos aún con este lastre vergonzoso de la esclavitud.

Es ese feudalismo, y su clase dominante, una de las causas, tal vez la principal, para explicar el actual atraso social y económico de América. En efecto, los intereses de esa clase feudal dominante sobrevivió a nuestros procesos de independencia y continuó ejerciendo sus privilegios, no sabemos hasta cuándo.

Es de esa clase y de los que con ella, nacional e internacionalmente, han concertado, de la que ahora nos estamos liberando en la América aborigen.

Los colonizadores venían de una época plagada de contradicciones donde el feudalismo se batía a duelo con el comercio internacional, especialmente con la apertura de ese mismo comercio.

Lo más grave, sin embargo, es que este duelo se daba en una sociedad que no quería desarticularse de las relaciones de servidumbre; el feudalismo se defendía de un mercantilismo que lo arrinconaba.

El llamado "descubrimiento de las Indias Occidentales" fue la salvación de esos restos de feudalismo que quedaban en Europa. La mejor apuesta para tratar de evitar que desapareciera, como modo de producción, fue este "descubrimiento", que pasó a ser el santo grial de esa atrasada sociedad española de aquel momento. América vino a cumplir entonces esa misión, mejor dicho, una doble misión. Sirvió a la idea de progreso mercantil pre-capitalista y, al mismo tiempo, a punta de espadas y de cruz, sirvió para impedir que las relaciones de servidumbre desaparecieran totalmente de la historia de Europa.

Esto no lo cuenta la historia oficial

Mientras tanto, ¿qué sucedía en la América aborigen? Tres grandes civilizaciones habían construido un mosaico de naciones avanzadas con otra idea de progreso y de civilización. Algunas de sus ciudades eran más grandes y más espectaculares que las europeas. Los aztecas, los mayas y los incas, su manera de vivir y su sólida organización ciudadana, mostraban a la Europa invasora notables adelantos de justicia social, de justa política y de justicia económica.

El común denominador de estas tres civilizaciones era una sociedad equitativa, donde se podía diferenciar el "vivir bien" de esto que ahora se conoce como "vivir mejor". La pureza de sus tradiciones y su vida, arraigadamente comunitaria, no les llevaba a competir individualmente.

Para nuestros aborígenes "vivir bien" era actuar en comunidad y, en consecuencia, vivir con lo que se cree, vivir con lo que se siente; vivir en armonía con la naturaleza y ser recíprocos con ella.

Esta filosofía se contrapone al way of life capitalista de "vivir mejor". "Vivir mejor" es una concepción lineal del "progreso capitalista" que transcurre entre la producción y la acumulación ilimitada de riquezas, obligándonos todo el tiempo a competir; a tener más, a compararnos unos con los otros, a tratar de ser mejores que nuestro prójimo y a colocarnos en una constante situación de tener que pasar eternamente por encima de los demás seres humanos, sin ética de ninguna clase.

Los primeros europeos que arribaron a América vieron maravillados esa sociedad y observaron el reparto equitativo de las tierras. Precisamente por ello y por no ajustarse ese reparto a la cultura europea de la explotación, decidieron desmantelarla. Los españoles y los portugueses impusieron sus relaciones de producción con la tierra y trataron de reproducirla, encajarla en nuestro continente.

De allí que la estructura feudal europea fundamentara el despojo de las tierras de nuestros aborígenes, primero de hecho y luego con una bula de la Iglesia, en la cual participó directamente el propio Papa. Así de fácil lograron transferir jurídicamente las tierras aborígenes al Rey de España.

El argumento: el nuevo continente había sido descubierto y no pertenecía a nadie. Casi podrían haber dicho que se encontraron América en una calle. Nuestra civilización aborigen, para ellos, no existió nunca y nuestras ideas de progreso debían someterse, por obra y gracia de la dominación, al "otro progreso", al de los supuestamente civilizados.

El continente "descubierto" fue considerado "tierra de nadie", lo cual significaba que las poblaciones indígenas carecían de derecho a la tierra y a la autodeterminación.

Los fundamentos de esta actitud se encontraban en los sistemas de valores elaborados durante la Edad Media, en relación con la raza y la religión. La Europa cristiana representaba no sólo un área religiosa sino un ámbito cultural. La palabra cristianismo representaba, más que una religión, una cultura, una filosofía que por lo demás adquirió su mayor rigor en España.

Las poblaciones indígenas americanas fueron equiparadas a los turcos porque podían llegar a comprometer la cultura de signo cristiano. La conquista fue, en consecuencia, una guerra de culturas; una guerra en la que la victoria significaba el aniquilamiento del contrario o al menos su sumisión incondicional de "sometidos sin derecho", lo que obligaba al continente conquistado a transformarse forzosamente en una mala copia de Europa, sin elementos culturales propios.

Consumado el despojo, el rey pasa a ser el único que concede derechos sobre la tierra. Pero no sólo sobre la tierra, sino sobre todo lo que existiera sobre ella: bestias, bosques, ciudades, culturas, arte, belleza, naturaleza y, por supuesto, los seres humanos que se encontraran encima de ella. La propiedad pasó a ser una gracia, una merced del rey.

Fue así como aparecieron las encomiendas, las reducciones y las mitas. ¿Era en verdad esto el feudalismo europeo o un engendro de pataleo feudal con prácticas esclavistas, que incursionó en los inicios de un naciente y primitivo capitalismo?

Reprimidos y casi liquidados, nuestros aborígenes se refugiaron en sus comunidades y, en silencio, elaboraron "su extraordinaria cultura de resistencia". Es allí donde aparecen, entre otros ingeniosos artilugios, el sincretismo y la cultura mariana, destinados a ocultar artificiosamente en las iglesias su derecho a la resistencia y a la rebelión. Es esa cultura de la resistencia la que hizo a ratos que en muchas oportunidades el criollo americano blanco o mestizo, y hasta algunas élites continentales, no se sintieron totalmente españoles, ni españoles ni portugueses.

Es por ello que, hace doscientos años, para referirnos directamente al Bicentenario, nuestros pueblos continentales se sublevaran contra el régimen colonial y contra las metrópolis europeas, convertidas ya para este momento en apéndices de un capitalismo incipiente y primitivo.

No fue, sin embargo, esta decisión libertadora la solución a nuestras crisis políticas, sociales y económicas, ni a nuestra crisis estructural. Es una independencia extraña, que se presenta como "la victoria del progreso", pero entendido éste como el progreso al estilo europeo.

En efecto, no fue una independencia para liquidar el régimen feudal y la esclavitud, ni para introducir unas nuevas relaciones de producción en el campo, ni para construir una revolución industrial. No, no fue esto lo que arrojó nuestra emancipación. Todavía más, los inmensos grupos humanos de América tampoco fueron los grandes beneficiarios del proceso independentista.

Sus luchas, sus muertes, sus combates no los hicieron beneficiarios de la gesta emancipadora. Los grandes beneficiarios de la liberación de España y Portugal fueron las élites orgánicamente vinculadas a la visión eurocéntrica. En otras palabras, salimos de "guatemala" para entrar en "guatepeor".

Por lo demás, nuestros libertadores, en su gran mayoría, se habían formado en Europa, bebieron en la Ilustración y no en el Popol-Vuh. De la matriz ideológica de ese orden no totalmente americano brotaron las imitaciones y las limitaciones de esa emancipación política de la cual ahora conmemoramos doscientos años.

Encontramos hechos como estos:

a) El Estado Nacional conquistado fue esencialmente europeo e inacabado.

b) El modelo dominador impuesto representó más a las oligarquías que a las clases populares.

c) No se resolvieron con la independencia las contradicciones existentes entre la idea americana de "progreso" y la idea de progreso eurocéntrico.

d) Quedó intacta la cultura de resistencia.

e) La emancipación satisfizo pocas reivindicaciones populares y colocó muchos privilegios en las élites criollas.

f) Quedaron sin tocar las prácticas "nacionalistas" que tanto daño le han hecho a la integración de América, planteada ésta última inicialmente por Miranda y por Bolívar.

g) La concepción racista europea no desapareció y no se tomaron en cuenta ni el mestizaje ni la pluriculturalidad.

Por todas estas caracterizaciones, aunque los historiadores no se hagan estas preguntas, quienes no lo somos y actuamos sólo como simples actores de un tiempo establecido para construir los espacios para una sociedad alternativa, nos formulamos interrogantes como ésta: ¿qué hubiera sucedido si la independencia hubiera seguido su propia lógica cultural, natural, americana?

Es más, actualizando el proceso de nuestras reflexiones bien pudiéramos preguntarnos en este instante: ¿qué pasaría si al fin nos permiten desarrollar nuestro propio modelo de sociedad, con sus errores y sus aciertos con su originalidad? Con el "inventamos o erramos" de Simón Rodríguez. Sin golpes de Estado, sin campañas desestabilizadoras, sin guerras de cuarta generación, sin el acoso imperialista o proimperialista ¿Qué pasaría? ¿Qué creen ustedes que podría pasar?

¿Qué pudiera ocurrir si nos dejan desahogar la resistencia de nuestros aborígenes -esa que está allí desde hace quinientos años- con su trayectoria vital, confrontando los sometimientos, el racismo y el imperialismo?

¿No creen ustedes que al fin podría brotar con medio siglo de retraso la auténtica América Nuestra de la que hablara Martí? ¿Es que no podemos construir nuestro propio socialismo? ¿Es que estamos condenados a un capitalismo al que, aún estando en crisis, le sobra neoliberalismo para devolvernos a la época colonial? ¿Es que pretenden condenarnos a la manipulación perpetua sin tener nunca derecho a la libertad y a la soberanía?

Pero, esa es otra historia. No puedo concluir esta exposición sin decirles, en nombre de lo americano, que estamos dispuestos -con el consentimiento o no del imperialismo- a construir nuestro proyecto social solidario, complementario, justo, equitativo, sin excluidos, en paz, con libertad y con soberanía. No vamos a pedir permiso esta vez. Lo vamos a construir… Y ya empezamos.

Para continuar con estos pasos haremos de nuestros Estados la patria de todas nuestras culturas. Le daremos asiento a la pluriculturalidad o crearemos una nueva cultura. La historia oficial, la historia tradicional de América, pasó por alto los antecedentes "no blancos" de nuestros estallidos revolucionarios y su profundo y trascendente significado cultural, ¡ya basta!

La independencia, vista por nuestros aborígenes, no consistió en la mera expulsión del conquistador. Querían y aún quieren defender la visión del mundo que los creó. Querían y aún quieren dilucidar no sólo los conflictos de hoy, sino también aquellos que tenían antes de la llegada de los españoles, agravados ahora por la bendita cruz y la maldita espada del imperialismo.