NUESTRAS Islas, como a nadie se puede ocultar, obedecen a una naturaleza volcánica. Basta con reconocer, aunque sea de forma somera, su morfología para concluir que han sido precisamente las erupciones, repetidas a lo largo de los milenios, las que se han encargado de modelar el territorio agreste y rico en su variedad que todos conocemos. Esa es una realidad que, sin embargo, en muchas ocasiones se tiende a obviar en determinadas instancias, debido seguramente a la escasa actividad que se registra hoy en día en ese plano.

No obstante, cometeríamos un error si en algún momento llegáramos a confiarnos en exceso y a tomar como un hecho definitivo lo que podríamos calificar como una normalidad aparente. No se trata, por supuesto, de alarmar a los ciudadanos, ni mucho menos de atemorizar a nadie, sino simplemente de dejar constancia de un hecho cierto y de la necesidad de estar preparados ante la eventualidad de una erupción y de las consecuencias que ello puede provocar. Todos sabemos que siempre es mejor prevenir que curar. Nos sentimos muy orgullosos de vivir en un territorio volcánico. Sentimos la satisfacción de nuestra relación de convivencia, de respeto mutuo y de diálogo en un territorio que siente devoción por su volcán y que siempre asumió con normalidad su existencia.

Eso es, a fin de cuentas, la actitud adoptada por las instituciones de numerosas regiones del mundo en las que el factor de riesgo volcánico se halla presente de manera constante. Son áreas con las que coincidimos en muchos aspectos y con las que debemos compartir conocimientos y experiencias para lograr dotarnos de los medios más adecuados que nos permitan afrontar una situación real con garantías.

Así, recientemente tuvimos la oportunidad de celebrar en el Puerto de la Cruz la sexta edición de la Conferencia Internacional Ciudades sobre Volcanes, que sucedió a las celebradas con anterioridad en distintos continentes. En ella tomaron parte consumados especialistas internacionales en numerosas materias, con el fin de estudiar el fenómeno volcánico desde múltiples perspectivas, en ocasiones ajenas al mero ámbito geológico pero, desde luego, muy importantes dada la incidencia que una erupción supone para el conjunto de la sociedad en todos los aspectos.

Esta reunión ha servido también para que Tenerife y el resto del Archipiélago tengan una voz propia y participen de forma activa a la hora de planificar los riesgos y actuar debidamente ante el surgimiento de un volcán. Como es obvio, esa capacidad se vería acrecentada si ya existiese el Instituto Vulcanológico de Canarias, un organismo sumamente necesario cuya creación ya fue promovida por el Senado a instancias nuestras hace varios años, aunque el Gobierno de Madrid se ha empeñado en no convertir en realidad pese a comprometer su palabra en diversas ocasiones.

Contar con ese centro -cuya puesta en marcha ha sido apoyada por todos los asistentes a la conferencia- convertiría a la Isla en un referente mundial en materia vulcanológica y nos permitiría, además, disponer de una herramienta muy útil para prevenir las erupciones que pudieran producirse y lograr que sus daños fueran limitados. Es necesario disponer de un lugar en nuestro territorio que pueda albergar todos los datos e informaciones de los sistemas geofísicos, geodésicos y geoquímicos, además de los proyectos de investigación que se realizan para que pueda tenerlos inmediatamente la autoridad a la que le corresponda gestionar el riesgo y la protección civil cuando ocurra una anomalía en el subsuelo dentro de 3, 30 ó 300 años. De ahí la creación del Instituto Vulcanológico de Canarias.