La sociedad tinerfeña y, en particular, el mundo del Carnaval están de luto desde anoche cuando, a las 23:20 horas, falleció Enrique González Bethencourt, padre de las murgas de Canarias y espejo en el que todo murguero y amante de la fiesta en general se miró y recreó, quedando prendado por el paso firme, elegante y marcado del maestro del género, "figura de Quijote, pues su estatura y su esbeltez recuerdan al Caballero creado por Cervantes", como lo definiera el periódico "La Tarde" en una información publicada del 26 de enero de 1981.

González Bethencourt, nacido el 23 de septiembre de 1924 en el número 41 de la toscalera calle de San Miguel, fue el segundo de los tres hijos del matrimonio formado por Francisco González Espinosa, natural de la localidad gaditana de San Fernando, y de la chicharrera Concepción Bethencourt Pestano.

El padre de las murgas de Canarias aprendió sus primeras letras en la escuela pública del barrio lagunero de Geneto, para ingresar luego en el colegio Tinerfeño-Balear, de Matías Llabrés y con sede en la calle de Méndez Núñez, frente a la actual Subdelegación del Gobierno. Tras matricularse y formarse en la Escuela Politécnica de La Laguna, se graduó como aparejador, trabajando en el equipo de Enrique Rumeu de Armas, arquitecto municipal. Esto le permitió participar en obras tan relevantes como el hotel Mencey. González Bethencourt también tenía a gala destacar entre su labor profesional la etapa en la que trabajó con Enrique Marrero Regalado, director de la construcción de la basílica de Candelaria, inaugurada en 1959.

De la mano de Álvaro Fariña, González Bethencourt se formó en el mundo de las Bellas Artes, tanto en dibujo y pintura como en modelado y vaciado, siendo éstas sus grandes aficiones de las que don Carnal se valió para incorporar numerosos elementos artesanales, obra y gracia del maestro. Durante su etapa en la Academia de Bellas Artes de Nicolás Granados, considerada la "Pequeña Escuela de Atenas", tuvo contactos con creadores tan relevantes como Diego Crossa, Gil-Roldán, Manolo Blim, Nijota, González Suárez o Bonnin, entre otros. Según los datos recopilados por el responsable de la historia del Carnaval Ramón Guimerá Peña en su libro inédito "Biografías de históricos murgueros del siglo XX", el maestro, como se le conoce a Enrique González en el mundo del Carnaval, realizó su primera exposición de su obra pictórica en julio de 1944, en la muestra denominada "I Exposición del Mar", que tuvo lugar en Los Realejos, si bien no fue hasta mayo de 1949 cuando trajo a Santa Cruz su obra, exponiendo en el Círculo de Bellas Artes con motivo de aquellas Fiestas de Mayo. Dentro del mundo de la pintura al óleo, está considerado como uno de los grandes marinistas. Uno de los momentos cumbres como pintor fue su designación como autor del cartel anunciador del Carnaval 1991, "el mayor premio y la mayor alegría que me han dado", como dijo en aquella ocasión.

Otra de las aficiones, quizás menos conocidas, era su admiración por la fotografía, lo que le valió que, en 1970, ganara el primer premio del concurso internacional de Bruselas, así como el máximo galardón que recibió en Las Palmas con un retrato de su hija María Elena, conocida en el ámbito familiar como Mele.

En su vida laboral, gracias a sus sensacionales virtudes para el dibujo, realizó bocetos para Litografía Romero así como para Fotograbados Cabrera Benítez.

Pero la fiesta de la máscara de Santa Cruz de Tenerife estará siempre en deuda con Enrique González. Más allá de ser uno de los pocos nexos de unión con el viejo carnaval, gracias a su participación en la murga infantil Los Guanchi (1935) o a que se colaba en el local donde ensayaba la célebre murga de El Flaco, el maestro fue una de las cuatro personas claves para disfrazar el Carnaval como Fiestas de Invierno, en 1961, junto al entonces obispo de Tenerife Domingo Pérez Cáceres, el gobernador Manuel Ballesteros Gabrois y el secretario de Información y Turismo Opelio Rodríguez Peña.

Antes de la fundación de la histórica Afilarmónica Ni Fú-Ni Fá, en 1961, Enrique González creó su primera murga en 1954: Los Bigotudos. Hacer un repaso por la vida de este ilustre carnavalero es hacerlo también por la propia historia del Carnaval. Fundador y director de Ni Fú-Ni Fá, ganadora de los cinco primeros premios de los concursos de murgas celebrados entre 1961 y 1965, el maestro contribuyó a la creación en 1972 del certamen de colectivos críticos infantiles, o la celebración de los primeros entierros de la sardina.

Entre las numerosas distinciones concedidas al padre de las murgas de Canarias, Enrique González recibió la máxima distinción del Carnaval, el Trofeo Opelio Rodríguez Peña, el 26 de enero de 1994, la insignia de oro, brillantes y rubí de su afilarmónica, el título de Fregolino de Oro o el nombramiento honorífico que le concediera el Real Club Náutico como Duque de La Noria y Grande del Carnaval, al que se añade la distinción concedida por la Casa Real. Y, claro está, el de Hijo Predilecto de Santa Cruz de Tenerife.

Enrique González pasa ya a formar parte de la historia de Santa Cruz. Hasta siempre, maestro.