Los restos del conquistador Alonso Fernández de Luego, que durante más de un siglo se han conservado en un monumento en la Catedral de La Laguna, podrían no ser auténticos, según la teoría del estudioso Eduardo García Rodríguez, quien está convencido de que los huesos del conquistador se quemaron y utilizaron los de otro cadáver para justificar su presencia.

El 28 de julio de 1810 se produjo un gran incendio en el convento de San Francisco. Lo primero que se intentó salvar fue el Santísimo Sacramento y, sobre todo, la imagen del Cristo, que fue rápidamente trasladada a la parroquia de Los Remedios. El incendio destruyó totalmente el edificio, quedando en pie solamente la espadaña, que permanece en el actual Santuario del Cristo.

Eduardo García considera que los restos quemados de Alonso Fernández de Lugo y de todos los sepultados en dicho convento quedaron al descubierto, en un estado de total abandono. Argumenta que, en el maderamen de las edificaciones de esa época, abundaba la tea de pino, muy resinosa y que, cuando arde, provoca elevadas temperaturas. Por ello -sigue explicando-, "un incendio en un edificio así, con mucha madera, genera temperaturas superiores a los 1500° C. Si tenemos en cuenta que un cuerpo humano es reducido a cenizas entre setenta y noventa minutos a temperaturas que van de 800º a 1200° C, difícilmente pueden escapar de la cremación los huesos depositados en una fosa separada del pavimento por unos sesenta u ochenta centímetros de profundidad y sometidos a tan altas temperaturas durante las quince o veinte horas que tardó en ser consumido el edificio por el fuego".

A su juicio, resulta evidente que los comisionados por el ayuntamiento lagunero en 1860 precisaban encontrar un esqueleto que adjudicar a la figura de Alonso Fernández de Lugo, "por lo que no fueron muy exigentes en sus estudios históricos-arqueológicos y un contenido en una fosa encontrado al pie de un pencón de tuneras les era tan válido como si realmente hubiesen encontrado la tumba de Lugo y sus parientes. Curiosamente, en ese expediente no se menciona expresamente la presencia de algún médico entre los asistentes a la exhumación".

El expediente de exhumación dice: "Un sepulcro que aunque ya no conservaba loza alguna, afortunadamente se encontró en él un fragmento de loza negruzca jaspiada, y el esqueleto de un seglar, por lo que no dejó duda a los circunstantes, según los precedentes, de que aquellos eran los restos que con tanto empeño buscaban…"

Para García, esto refuerza como probable "que la loza que cubría el sepulcro de Lugo fuera deshecha por el intenso calor del incendio, pues posiblemente sería de piedra chasnera, que era la habitual en la pavimentación de las edificaciones de aquella época, en que la importación de mármoles y granitos era excesivamente costosa aún para los más pudientes, también cabe la posibilidad de que si no fue totalmente destruida por el fuego, sí fuese reutilizada en la construcción del nuevo convento. En todo caso, la existencia de dicha loza sepulcral está documentada".

Cuestión de adivinanza

En cuanto a la identificación del supuesto esqueleto de Lugo, considera que "debieron ser unos extraordinarios adivinos, ya que la presencia en la fosa de un fragmento de loza negruzca jaspiada les lleva a la certidumbre de que aquella era la tumba del Adelantado. Y no digamos de los profundos conocimientos forenses de aquellos sesudos criollos, que a la vista de unos huesos fueron capaces de discernir que correspondían a un varón y seglar". Añade que la costumbre en el siglo XVI y posteriores consistía en que los clérigos fuesen enterrados con sus hábitos y los seglares, con sus galas más ostentosas o vistosos uniformes militares. Quizás se basaron en esta costumbre para discernir que el esqueleto correspondía a un seglar. Ahora bien, para llegar a esta conclusión tuvieron que basarse en elementos que estuviesen unidos a dicho esqueleto, tales como restos de tejidos, botones, cinturón o calzado. Si esto fue así, ¿cómo es que estos elementos quedaron indemnes después de sufrir temperaturas entre 1200 y 1500°C sin carbonizarse? ¿Sería consecuencia de un milagro?".

También subraya que el expediente menciona un único esqueleto localizado en la fosa, "cuando la tumba debía contener, como mínimo, los restos de tres cadáveres, el del Adelantado y, entre otros, el de su nuera Inés de Herrera, hija de Inés de Bobadilla y Hernán Peraza, y esposa de Pedro Fernández de Lugo".

En su opinión, estos detalles "esenciales" para la identificación del esqueleto de Lugo pasaron inadvertidos para los redactores del informe pedido por el consistorio, "con toda seguridad porque los desconocían. Por tanto, buscaban una tumba con un solo esqueleto y además intacto; el encontrado a la sombra de un pencón de tuneras, aunque perteneciera a un individuo enterrado unas décadas atrás, les vino como anillo al dedo para ofrecer unos huesos a la veneración de los patrióticos criollos".

El estudioso propone que se someta a un estudio serio los restos mortuorios depositados en la Catedral de La Laguna para dilucidar si pertenecen o no al Adelantado y aconseja a quienes hagan la investigación que tengan en cuenta que con la herida sufrida por Lugo en la derrota de las tropas invasoras en Acentejo, según recogen varios cronistas, como Fray Alonso de Espinosa, le quebraron los dientes. "A pesar de los siglos transcurridos -precisa-, es seguro que si el esqueleto de Lugo es el que esta en el monumento funerario de la Catedral, su cráneo y mandíbulas guardan huellas ciertas de la herida recibida".