EL PLENO del lunes 1 continuó la tendencia instalada en Puerto de la Cruz de enfrentamiento fratricida entre grupo de gobierno y oposición cuando se trataron los asuntos de gestión cruciales para la ciudad. No se trató de un intercambio dialéctico basado en la lealtad y el respeto mutuos. Lo que pudimos observar fue un intercambio de golpes duros, marrulleros, broncos y dirigidos a destruir, a eliminar al contrario. La decadencia que vive nuestro municipio se ha instalado también en el edificio de las Casas Consistoriales y la pérdida de la calidad de la democracia portuense alcanza niveles preocupantes. El Puerto es hoy terreno abonado para cualquier populista que se ofrezca como salvador de la patria y es un guiñapo en manos del Cabildo y de la Comunidad Autónoma, que fijan su atención en nuestra ciudad a cuentagotas, cuando el clamor ciudadano se hace insoportable y amenaza las expectativas en la inexorable cita electoral.

¿Pero qué ha pasado en el Puerto de la Cruz para llegar a esta situación? ¿Qué fue de aquella ciudad tolerante, abierta al mundo, ilustrada? ¿Qué fue de aquel lugar que, como una esponja, absorbía las tendencias más vanguardistas y las divulgaba por toda Canarias e incluso España? ¿Dónde están las tertulias de derechas e izquierdas de la plaza del Charco, dialogantes y generosas las unas con las otras? ¿Dónde está aquella ciudad orgullosa de su diversidad y de las diferencias ideológicas entre sus habitantes?

Las respuestas a estas cuestiones merecen un análisis mucho más profundo, que por obvias razones de tiempo y espacio ahora no puedo hacer, pero es evidente que a esa situación ha contribuido una falta de liderazgo político que, por otra parte, no es más que una traslación a la gestión pública de una decadencia social. Es decir, la pescadilla que se muerde la cola u otro caso de la eterna pregunta sin respuesta: ¿qué fue primero, el huevo o la gallina?

Pero sí que hay algunas conclusiones claras que es posible extraer a pesar de que entre tanta pelea sin sentido a cualquier espectador imparcial le habrá costado llegar a conclusiones definitivas.

La realidad es que abundan las escaramuzas basadas en lo personal, en el orgullo, en el ego que se opone al más elemental interés general. El pleno se ha convertido en un ring improvisado donde vuelan los insultos y las acusaciones cruzadas. Concejales de todos los grupos se dedican comentarios ofensivos haciendo caso omiso del compañero o compañera que interviene. Por eso no es de extrañar que, ante tan buen ejemplo, se pueda escuchar a personas del público asistente diciendo lo que más les viene en gana en la más absoluta impunidad. Los grupos presentes en el Pleno creen que el que habla más alto tiene siempre la razón y cualquier diálogo normal, cualquier exposición ordenada y educada de argumentos es tomada como una muestra de debilidad intolerable. El que grita más e insulta mejor gana, el que habla a un volumen normal pierde porque queda anulado entre tanto ruido. Pero cualquier estrategia de confrontación siempre deja víctimas inocentes, que en este caso son los ciudadanos de Puerto de la Cruz, defraudados por esta ceremonia de la confusión, desorientados por la falta de referentes, resignados a un futuro decadente y falto de ilusión.

Sin embargo, creo firmemente que hay otra manera de hacer las cosas. Hago un llamamiento a mis compañeros de corporación para que juntos reflexionemos, seamos conscientes de donde estamos, de quién nos ha puesto en ese lugar, qué se espera de nosotros que hagamos.

Lo cierto es que el tercer lunes de cada mes, a las cinco de la tarde, estamos en el salón de plenos, celebrando el pleno municipal, el máximo órgano democrático de nuestro municipio, ostentamos una dignidad que nos ha otorgado la ciudadanía, somos concejales no para defender nuestros intereses personales, sino que hemos sido elegidos por el pueblo, que espera de nosotros que ofrezcamos soluciones sobre los diferentes problemas, que son muchos y graves. Como dijo una vez Ghandi, "ojo por ojo y el mundo acabará ciego". Los políticos debemos dar ejemplo de respeto a los valores democráticos, de respeto a quienes no piensan como nosotros, de tolerancia y de diálogo para lograr la mejor solución posible. Debemos olvidar provocaciones, tragarnos el orgullo y trabajar todos para lograr un futuro más próspero, para crear expectativas y articular soluciones que hagan del Puerto de la Cruz una ciudad ilusionada y que encare con confianza el porvenir. La alternativa es la decadencia, la parálisis, la lucha, el enfrentamiento cainita. Como ha dicho recientemente la redactora del Plan Especial del Conjunto Histórico de Puerto de la Cruz, nuestra ciudad será lo que los portuenses quieran que sea y serán ellos los que pongan a cada uno en su sitio. Mientras, recuperemos la ilusión y la sonrisa, enterremos el hacha de guerra y tendamos la mano al rival.