Algunas frustraciones pueden marcar la vida, generalmente para mal. Otras pueden servir de explicación o excusa, aunque sean muy retorcidas, ante situaciones del más puro surrealismo circense. Un vecino de La Laguna fue condenado el pasado 23 de febrero a pagar 180 euros (6 cada día durante un mes) por un robo, en grado de tentativa, de dos de los patos que se han convertido en auténticos referentes del entorno de la Catedral. Lo más rocambolesco, insólito o surrealista (en su deformación semántica) de la sentencia es que el autor del intento de hurto se justificó manifestando ante la juez que su "vocación frustrada era ser veterinario y que los había cogido para cuidarlos en su casa", según reza de forma literal en el relato de los hechos del fallo dictado por la sala número 4.

Por supuesto que, ante una explicación así, caben muchas posibles interpretaciones: o que es absolutamente verdad y, por tanto, debería mirárselo cada vez que se tope con un animal que considere desamparado en cualquier circunstancia, o que sólo intentara disfrazar de forma poco creíble y casi patética intenciones tan simples como previsibles, loables, de ocio cuasi infantil, gastronómicas o, incluso, mucho más macabras (y que la imaginación vuele).

Un detalle que pone en duda la primera tesis es que el intento de hurto, frustrado por dos policías nacionales, se produjo a las 00:40 horas del pasado 13 de septiembre. Desde luego, extraña franja horaria para satisfacer una tierna frustración infantil, juvenil o existencial, salvo que se buscara precisamente la nocturnidad y escasos testigos para lograr el éxito final. De tratarse del segundo motivo, el atestado encaja mucho más y la literatura negra (realista o de ficción) aflora casi automáticamente.

Defensa municipal

Muchos defensores de los animales podrían pensar que la multa es claramente escasa para esta "falta", tipificada así por el artículo 623.1 del Código Penal, que contempla una pena de localización permanente de cuatro a doce días o sanción de uno a dos meses si lo hurtado no excede de 400 euros.

Al final, y seguramente por diversos factores, la jueza Ana Serrano-Jover González optó por la multa de un mes. Entre esas causas, probablemente pesó mucho que el ayuntamiento, propietario de los patos, no reclamara su valor, al haber sido reintegrados al estanque, se supone que ese mismo día, aunque la sentencia no lo aclara. Además, el propio letrado que defendió al protagonista trabaja en el área social del consistorio y aceptó de entrada la pena planteada por el Ministerio Fiscal, que coincidió con la condena de la juez. Otra prueba de que se ha intentado ser lo más comprensible y benévolo con el hurtador fracasado.

También pesó que los ingresos del potencial cleptómano zoológico son muy modestos y que debe asumir gastos al mes para pagar su coche y una pensión a su hijo. Eso sí, no pudo evitar que las costas procesales recayeran en su persona: las formas judiciales son menos flexibles, por lo que parece.

Un incidente más

Más allá de lo cómico de la situación, lo cierto es que los patos de la Catedral, que cada día reciben la cordial visita y parabienes de muchos laguneros y turistas, que no paran de fotografiarlos, han sufrido ya muchos altercados, algunos de ellos criminales. Aparte de este intento de robo, el 6 de abril de 2006 murieron nada menos que 11 y se suscitó un agrio debate político y social sobre las causas del suceso. Mientras el gobierno local (CC) esgrimió, incluso, un informe de la Dirección General de Ganadería de la Comunidad para sostener que habían sido atacados por dos perros, muchos vecinos y el principal grupo opositor (PSC) lo pusieron en duda, sospecharon de un presunto envenenamiento y recalcaron que resultaba poco creíble que los canes mataran a 11 patos sin que se salvara ninguno.

Sea como sea, está claro que su indefensión resulta evidente ante diversas contingencias y que la Policía local y otras, por sus carencias, quizás no puedan vigilarlos todo el día y toda la noche.