Las casas de los campesinos y de la gente de clase baja son de un piso (...) Las casas de gente de cierto rango son de dos pisos. George Glas (1764).

Cuéntame otra vez, oh Clío, la increíble y trágica historia de cómo en La Laguna (esa ciudad húmeda que fue Patrimonio de la Humanidad) se arremolinó una peste apocalíptica de especulación que barrió de su casco histórico todas y cada una de sus casas terreras, enterrando para siempre la memoria de su existencia. Y cuéntame también cómo la peste enfermó la mente de laguneros, canarios y turistas con el cuento de hadas de una ciudad monumental en la que nunca habitó la miseria, ni merodearon la corrupción y el desorden, ni golpearon las plagas y las pestes, ni malvivieron en casas de un piso las gentes pobres, sino que desde siempre fue una "ciudad de cucaña", donde sólo hacían su morada ricos hacendados, nobles ilustrados, sabios profesores e íntegros políticos, propietarios todos ellos de suntuosos palacios y casonas de dos o más pisos.

Si el marinero y comerciante escocés George Glas, quien visitó Tenerife en 1764, paseara por las calles de La Laguna en 2009 tendría auténticos problemas para encontrar "las casas de los campesinos y de la gente de clase baja". Hoy, esas casas de un piso, tradicionalmente llamadas "casas terreras", deben considerarse una especie en peligro de extinción como el lagarto gigante de El Hierro, el pinzón azul y la tortuga boba. Ni siquiera la declaración de La Laguna como Bien Cultural Patrimonio de la Humanidad hace diez años ha logrado frenar un proceso silencioso pero (hasta ahora) imparable de destrucción, que en 2009 ha adquirido las dimensiones de un holocausto urbano.

Mientras los políticos y técnicos de Patrimonio del ayuntamiento se deleitan con el flamante título de la UNESCO y preparan a bombo y platillo la conmemoración del décimo aniversario, la casa terrera, el tipo de vivienda más numeroso y predominante desde la fundación de La Laguna en 1496, va camino de desaparecer por completo del casco histórico.

"El becerro de oro"

Desde el siglo XVI, La Laguna ha sido atacada por pestilencias, aluviones, fiebres, inundaciones, langostas y hasta algún pirata que la creyó más cerca de la costa planeó saquearla. Pero nunca antes en más de quinientos años de historia, la ciudad había sufrido la acometida de una peste tan silenciosa y mortífera. Hoy, ya son más de cincuenta (y la cantidad sigue aumentando) las casas terreras que malviven en ruinas, abandonadas o cerradas en el casco histórico. A pesar de que ellas son también patrimonio de toda la humanidad, siguen cayendo bajo el peso no de su pequeña gran historia, sino de la peste inoculada por la avaricia privada de los propietarios y promotores, la inacción de instituciones municipales y regionales, más la decisiva indiferencia de la mayoría de los laguneros y la opinión pública.

Hoy, los visitantes de la ciudad se quedan obnubilados por "el becerro de oro" lagunero: una cortina de humo de calles adoquinadas y ajardinadas, muros recién pintados y consumismo rampante. Sólo una minoría crítica de ciudadanos y asociaciones es consciente de que las casas terreras están enfermas de peste y que, si nadie lo impide, se extinguirán para siempre como los roedores gigantes de Tenerife, Gran Canaria, Lanzarote y Fuerteventura, la codorniz gomera o el ostrero unicolor canario.

Desgraciadamente, para la aplastante mayoría, las casas terreras del casco son como el pobre que pide limosna a la puerta de una iglesia: es invisible y cuando pide unas monedas se le ignora con un gesto reflejo y automático, sin ni siquiera mirarlo a la cara, sin que provoque un mínimo sentimiento de misericordia o empatía. Así, como un pobre limosnero, el ayuntamiento continúa tratando a las casas terreras dentro y fuera del casco histórico, con el beneplácito pasivo de numerosos laguneros y medios de comunicación.

Residuo incómodo

La casa terrera es hoy marginada como si fuese un residuo incómodo de nuestra historia. No en vano, el dinero público y privado se destina principalmente a la protección del patrimonio más monumental y al embellecimiento de las calles. Por ejemplo, el ayuntamiento promociona la historia de un grupo selecto de edificios mediante paneles informativos en plena calle: el Palacio de Nava, la Casa Lercaro, el Convento de Santa Catalina, las casas de ilustres personajes como el Padre Anchieta?

Igualmente, en las visitas guiadas por el casco histórico organizadas por la Concejalía de Turismo y Comercio, el guía sólo habla del palacio, la iglesia, el convento y (como lo escuché decir) la "casa noble". Es decir, al turista se le cuenta una historia elitista y sesgada de la ciudad, pues los paneles y las visitas guiadas celebran en exclusiva el patrimonio histórico-artístico de los ricos y poderosos. Desafortunadamente, ésta es también la historia que se encuentran los laguneros en sus paseos por el casco y que se enseña a los menores en las escuelas e institutos del municipio.

Ninguna, absolutamente ninguna casa terrera del casco histórico tiene por fuera un panel informativo. Los guías turísticos sí se detienen frente a la "casa noble", pero nunca delante de una casa terrera para explicar su valor histórico y arquitectónico. Pocos laguneros alzan la voz en defensa de este tipo de patrimonio. Y los niños y adolescentes, al enseñarles sólo el valor del patrimonio más monumental y "bonito", comienzan a reproducir el comportamiento de los mayores. Tratan a las casas terreras como un pobre limosnero y sólo se sienten identificados con una parte minoritaria de su pasado: el patrimonio más espectacular, elitista y singular. Sin embargo, al menos un tercio de la población de La Laguna vivía en casas terreras desde la fundación de la ciudad hasta hace apenas setenta años, cuando se popularizaron los edificios modernos de más de tres plantas.

No obstante, la falta de información sobre las casas terreras mediante paneles informativos, las visitas guiadas y en las aulas de los centros educativos tiene un significado más profundo y trágico. El ayuntamiento, la mayoría de los ciudadanos y una parte de la opinión pública han asumido que la desaparición de las casas terreras es un hecho consumado e irreversible. Y así, como enfermos moribundos, a dichas casas les salen eructos de cal vieja desconchada sobre las fachadas, se les cae la piel de tejas de sus techos, sus paredes sangran moho y alrededor de las articulaciones de sus puertas y ventanas les nacen tumores malignos con forma de verodes gigantescos, sin que ni los ciudadanos ni las instituciones acudan a su auxilio.

Al contrario. Como si fuese un enfermo terminal que afease la linda y "disneyficada" ciudad de los adelantados, la "comisión de la muerte" encabezada por los técnicos de la Concejalía de Patrimonio levantará el acta de defunción que autorizará al constructor a destruir la casa terrera por completo y borrarla para siempre de la historia de la ciudad. Aunque raras veces, al constructor se le obliga a dejar en pie la fachada de la casa terrera, lo que equivale a incinerar al muerto y conservar sólo su cabeza, que quedará triunfalmente expuesta en la calle a la vista de los peatones.

Hoy, esta es la suerte que corre el inmueble número 5 de la calle Viana (véase foto). Se ha preservado la cabeza muerta (o fachada) de la casa y se ha vaciado por completo su interior, de la misma manera que un matarife saca todas las tripas de una vaca o un cerdo en el matadero. Es también la suerte que han corrido las viviendas por el lado de los números impares en la calle San Antonio (véase foto). De hecho, con sus numerosas casas en ruinas, esta calle en vez de servir de entrada a un casco histórico Patrimonio de la Humanidad, en realidad se parece más a la arrasada ciudad alemana de Dresde tras los bombardeos de la Segunda Guerra Mundial.

Igualmente abandonadas o en ruinas (véase plano) hay muchas más casas terreras que esperan su sentencia en el "corredor de la muerte" de las calles Molinos de Viento, Manuel de Ossuna, Herradores (en especial entre la calle Viana y la plaza de San Cristóbal), Cabrera Pinto, Santiago Cuadrado, Anchieta, Viana, Candilas y la Marina, entre otras.

Ahora bien, si usted quiere visitar el lugar donde la peste lagunera está destruyendo con mayor fuerza las casas terreras tendrá que ir a la antigua Villa de Arriba. Me refiero al entorno comprendido por las calles Adelantado, Sol, Parra, Cordera y Marqués de Celada. ¡Qué gran paradoja! Justamente en el lugar donde se fundó La Laguna en 1496, la peste está devorando las casas terreras con total impunidad.

Un paseo al comienzo de la calle Marqués de Celada, plagado de casas terreras en ruinas y comidas por la vegetación, resulta descorazonador. Máxime cuando recordamos que ese tramo de calle está dentro del recinto declarado Patrimonio de la Humanidad.

Sin embargo, la peste lagunera no es incurable. Desde 1999, con ocasión de la declaración de la UNESCO, he insistido en que la protección del casco histórico no debe guiarse en exclusiva mediante criterios estéticos y clasistas. No se trata de preservar sólo edificios bonitos, únicos y monumentales, sino de entender la defensa del patrimonio histórico como una política de justicia social, es decir, de democracia real.

En efecto, los laguneros viven en democracia entre ellos pero no con su patrimonio histórico. La desaparición progresiva de las casas terreras es la prueba más palpable. Los laguneros son gobernados por instituciones democráticas como el ayuntamiento. Pero esas mismas instituciones democráticas protegen el patrimonio, incluso dentro de un casco histórico que es Patrimonio de (toda) la Humanidad, empleando criterios anti-democráticos y clasistas. Los paneles informativos junto a edificios monumentales y las visitas guiadas dedicadas a esos mismos edificios demuestran que nuestro ayuntamiento es una institución democrática que preserva el patrimonio de la ciudad mediante criterios elitistas y no democráticos. De lo contrario, las humildes casas terreras no estarían hoy en peligro de extinción.

Imaginemos por un momento la situación siguiente. Si el ayuntamiento, en vez de velar por los intereses de todos los laguneros, sólo protegiese y promocionase públicamente los intereses de un grupo pequeño de personas y familias no dudaríamos en considerarlo una institución anti-democrática. Sin embargo, cuando se trata de la defensa del patrimonio histórico más humilde, pero que fue mayoritario (como la casa terrera), las acciones del ayuntamiento no son consideradas como antidemocráticas.

Se puede ignorar y observar con los brazos cruzados la destrucción de las casas terreras. Se puede enseñar a los turistas la historia de los monumentos de un reducido número de familias ilustres y poderosas y, a la vez, no decir nada sobre las casas de los campesinos y las clases bajas que vivían en La Laguna desde el siglo XVI. Estas son las acciones que en los últimos treinta años el ayuntamiento viene realizando. Pero para nada se nos ocurre pensar que nuestro ayuntamiento se comporte como una institución anti-democrática. Y sin embargo cuando se trata de preservar el patrimonio se comporta como tal.

Sin duda, el ayuntamiento no ha abrazado conscientemente la estrategia anti-democrática de preservación del patrimonio. Detrás de la desaparición de las casas terreras del casco histórico no existe una conspiración encabezada por el ayuntamiento. Ya mencioné que en los colegios e institutos se enseña una historia sesgada sobre el patrimonio. Asimismo, recientemente las loables asociaciones de Vecinos del Casco y en Defensa de La Laguna han pedido que quince edificios históricos sean declarados "Bien de Interés Cultural". Ningún edificio de la lista incluye una humilde y anónima casa terrera, sino principalmente propiedades de distinguidas instituciones y personalidades. Sin duda, la extinción de las casas terreras es un problema muy complejo, cuyas causas precisan de una explicación más detallada que ahora no es mi objetivo. Pero la complejidad del problema no exime al ayuntamiento de su responsabilidad ante la ciudadanía y la historia.

Lo más importante en este momento es que los políticos y técnicos de Patrimonio del ayuntamiento deben ser conscientes de que, a pesar de ser miembros de una institución democrática, cuando "gobiernan" el pasado, es decir, cuando tratan de proteger el patrimonio histórico de la ciudad, sus acciones no son puramente democráticas, pues destinan el dinero y otro tipo de recursos (como la promoción turística y en los centros educativos) a defender la historia de los edificios más singulares y monumentales como palacios, iglesias y viviendas de ilustres personajes. Mientras tanto las casas terreras siguen muriendo en silencio. Para cuando se reconozca su verdadero lugar en la historia de la ciudad, la peste lagunera podría haber acabado con ellas.

No lo olvidemos. Las casas terreras también son patrimonio.

* Historiador