COINCIDO, en muchas cosas, con lo que dice mi compañero y amigo Andrés Chaves en su columna "Superconfidencial" de este diario bajo el título "Los llaneros solitarios". Aunque el veterano periodista sabe que se expone a las críticas de los puritanos de siempre, más a los habituales hipócritas que le echarán en cara el empleo de sustantivos impropios, tampoco ignora que el humor suaviza lo aparentemente malsonante y lo transforma en lenguaje corriente y hasta más expresivo que el que guarda las formas. Y Andrés tiene un gran sentido del humor del que, junto a su malogrado compañero, de él y mío, Pepe Chela, cultivó diariamente cuando ambos trabajaban en la antigua "Gaceta de Canarias". La diaria columna del mago, que Chaves llevó a dos de sus libros, son muestras magistrales e inimitables del costumbrismo campesino de Canarias visto desde el ángulo del humor.

En el artículo que comento, el compañero hace un canto a mujeres que practican la prostitución, que por algo es el oficio más antiguo del mundo y tan palpable sigue siendo su necesidad que aún perdura. En cuanto a los hipócritas que ejercen, de boca para afuera, la pureza y la moral, que tiren la primera piedra. En La Palma, donde, en mi juventud y durante los días de las Fiestas Lustrales, me llevaban mis amigos palmeros a las casas de prostitutas situadas cerca del túnel, los prostíbulos no son nuevos como el que abrieron ahora en Los Llanos con el romántico nombre de "Isla Bonita", quizás para hacerlo más atractivo, porque los naturales de La Palma se suelen ir por lo romántico.

Cuando tenía diez o doce años y empezaba uno a abrir los ojos a lo prohibido, pasé, por primera vez, por la calle de La Curva y vi, en las puertas y las ventanas de aquellas viejas casonas, a mujeres que me parecieron bastante raras y, desde luego, nada atrayentes. Se peleaban, al grito limpio, de ventana a ventana y decían las desvergüenzas más asquerosas que había oído en mi vida.

Cogí miedo a aquellas mujeres y no volví a pasar por aquella calle hasta que fui mayor. Pero jamás entré, ni por curiosidad, a cualquiera de aquellos prostíbulos. Luego conocí las "casas" de la calle de Miraflores, en cuyos salones había tertulias con las muchachas. Nunca oí la llamada de "chicas, al salón", que dicen que es clásica en todos los prostíbulos. Cuando, hace pocos días, pasé por allí en coche, vi muchas de las "casas", cerradas o en ruinas. Puede ser que también allí llegara la crisis.

Como las prácticas de oficial del Ejército las hice en el poblado árabe de Rincón de Medik, cuando aquello era protectorado español, conocí prostíbulos moros en Ceuta y en la alcazaba de Tetuán, que era el "barrio chino" de la ciudad, así como en Tánger, que entonces era "ciudad internacional". En todos los sitios, las trabajadoras del oficio más antiguo del mundo se diferenciaban poco unas de otras, salvo en el idioma, y algunas, en la raza. Pero, como afirma Chaves, sin esas mujeres el mundo sería más aburrido, y añado que ellas evitan las violaciones y los delitos sexuales. No entré en ningún prostíbulo de San Francisco, donde, como ya lo he contado, había también "casas de putos", con perdón.