RECIENTEMENTE, muy recientemente, dos personalidades de la vida pública del Archipiélago se han referido a la soberanía y a los independentistas, pero lo han hecho de una forma tan equilibrada, tan ecuánime, exponiendo sus razones -razones que no compartimos, aunque sí su estilo, su conducta y, por supuesto, su derecho a opinar-, que los respetamos. Debido a ese respeto, y también por amistad, no vamos a referirnos a ninguna de las dos en nuestro editorial de hoy. Además, somos concientes de que ambas han obrado con sensatez, sentido común y formación suficiente, cada una en su respectivo campo profesional. En definitiva, mantenemos silencio porque admiramos su comportamiento. Una de esas personas es un militar que nunca nos ha torcido la cara ni nos ha negado el saludo. El otro, hombre de ideas socialistas, es un profesional de la medicina. En ambos coinciden, además de las señaladas virtudes profesionales, grandes virtudes humanas; en consecuencia, podemos afirmar de ellos que son humanistas.

Como decimos, no compartimos sus ideas pero las respetamos porque las exponen dos individuos admirables y no un chisgarabís político de los muchos que pululan por Canarias. Políticos deleznables que nos amenazan con querellas apenas criticamos su parecer. Bienvenida sean esas querellas si la condena es una redención, aunque la denuncia, aún por venir, tenga múltiples recursos, apelaciones y años por delante antes de sustantivarse. Denuncias que pueden volverse en réplicas o descalificaciones bien justificadas no únicamente por comportamientos políticos, sino incluso también por actitudes profesionales de la docencia que se tambalean por los pasillos, con cierto tufo a whisky, antes de empezar a impartir clase. Estos comportamientos sí que merecen una inhabilitación. Ya diremos dentro y fuera del juzgado lo que debemos decir sobre este personaje. Por cierto, ¿a qué inhabilitación se refiere? Si el periódico que recoge sus declaraciones y amenazas de inhabilitación no se ha equivocado y efectivamente el entrevistado ha utilizado la palabra inhabilitación, desde ya le preguntamos a quién piensa inhabilitar. ¿A EL DÍA o a José Rodríguez? Si es nuestro periódico el objeto de tal exclusión, sería esta la segunda reprobación que recibimos de los demócratas en tiempos democráticos. Porque estamos en una democracia, ¿verdad? ¿O no? ¿Quizá andamos equivocados y estamos todavía en el tiempo de los nazis? ¿Nos controla la Gestapo? ¿Corremos el riesgo de que nos invada la Werhmacht de Hitler? ¿Nos dicta la oficina de propaganda política del doctor Goebbels lo que debemos publicar? En definitiva, ¿estamos a las puertas de un neonazismo? Que sepamos, los nazis y neonazis no están prohibidos formalmente en España y en Francia. Sí lo están en Alemania porque ese país sufrió las terribles consecuencias del nazismo, de igual forma que también está prohibido allí el Partido Comunista. ¿Estamos, insistimos en ello, ante una segunda reprobación para callar a un medio de comunicación? Quizá sí; quizá vivamos los prolegómenos de otro intento para silenciar un pensamiento e impedir que los lectores estén informados del despotismo nazi o neonazi que quieren imponer algunos.

Decimos neonazi porque los nazis ya han muerto casi todos, salvo alguno que quede suelto por ahí, o se haya reencarnado, o sea heredero de la Falange Española Tradicionalista y de las JONS, partido de triste recuerdo para esta Casa en el que militaba, vestido con camisa azul mahón, pantalón negro y correaje, el padre de nuestro "inhabilitador", gran persona, el padre. Por cierto, un notable y admirado ensayista y poeta, patriota -no sabemos en este momento si canario- y gran amigo de Leoncio Rodríguez, víctima que fue del franquismo y de la Falange, igual que lo somos en la actualidad sus herederos, víctimas nosotros de los "demócratas de toda la vida". Y de los insufribles godos de la apocalipsis de la prensa tinerfeña, sujetos peligrosos para el porvenir del Archipiélago.

Y si la inhabilitación no es contra EL DÍA sino contra José Rodríguez, ¿estamos ante el preludio de la aplicación de una eutanasia? ¿Quieren liquidar al editor y director de EL DÍA porque sus años y el whisky le han hecho perder la cabeza y hay que matarlo? Díganos usted, señor -a partir de ahora no lo citaremos por su nombre mientras no se sustantive la querella que ha anunciado- a qué cabeza de José Rodríguez se refiere. Porque cabezas las hay superiores e inferiores, y el editor de este periódico mantiene bien las dos pese a sus años. Que nos perdonen los lectores la aparente salida de tono, aunque no consideramos que hayamos cometido ningún desmán expresando así lo que de otra forma resultaría un tanto confuso. Groseros lo han sido otros con nosotros anunciando que nos van a inhabilitar. Groseros con nosotros lo han sido una periodista y un periodista que cometieron perjurio para que condenaran a EL DÍA. Es decir, esta Casa está siendo víctima de su honradez y del odio de los godos de la prensa por nuestro éxito y, ahora, de los progodos. Quieren silenciarnos como se silenciaba a los periódicos anti nazis durante el Tercer Reich; es decir, quieren actuar con nosotros de la misma forma que se actuaba en tiempos del nazismo que, según parece, renace ahora en Canarias. Volvemos a preguntarnos qué ha querido decir con sus declaraciones ese señor que no citamos ni vamos a citar por ahora. ¿Definitivamente quiere conculcar la libertad de expresión? ¿Se muestra partidario de la eutanasia, de la castración química o del internamiento psiquiátrico? ¿O, tal vez, de una cura para desintoxicación etílica provocada por exceso de whisky?

Acabamos esta primera parte de nuestro editorial de hoy, aunque volveremos sobre este tema ya sea en las páginas de nuestro periódico o en los juzgados. Tan sólo esperamos que no se cometa con José Rodríguez el mismo crimen de Estado que se cometió contra Antonio Cubillo: el tiro o la puñalada por parte de los reaccionarios fascistas, bolcheviques, nazis o, simplemente, españolistas. Porque, señor denunciador en potencia, el holocausto judío fue innegable y causó la muerte de millones de judíos en el siglo XX. Pero en el siglo XV hubo otro holocausto o genocidio: el de los guanches a manos de los españoles. Los judíos huían de los nazis o se escondían; en cambio, el noble pueblo guanche se enfrentó a los "valientes" españoles acorazados. Se enfrentó a su armamento, a sus caballos y a sus metales. ¿No cree usted, denunciador en potencia, que los españoles son los autores del primer gran holocausto, es decir, de la matanza de los guanches? ¿No son los amantes de la españolidad tan nazis como los que asesinaron a los judíos? Y una aclaración tal vez imprudente, pues deberíamos reservarla para cuando llegue el momento: ¿no es cierto que hablamos de neonazis en un contexto político? Textualmente publicamos lo siguiente: "Naturalmente, no hablamos de todos los españoles. Sólo de aquellos que defienden en Canarias la españolidad de estas Islas; de los que se oponen -externamente, porque en su fuero interno piensan otra cosa- a la independencia de una tierra que lleva seis siglos colonizada. ¿En qué se diferencian de los nazis Santiago Pérez o Ángel Isidro Guimerá, dos ejemplos vergonzosos de defensores de la españolidad del Archipiélago canario?". Este comentario está dentro del contexto político y se refiere a dos hombres públicos que ejercen y viven -pero qué bien viven estos vividores políticos- de la política. Hablamos de vergüenza política, nada más. En cambio, José Rodríguez no es un hombre público ni popular; es una persona privada, pero conocida. Hay un abismo entre ambos casos. Que esto último lo sepan -que lo saben- quienes intentan tenazmente, a diario, los godos de la apocalipsis, menospreciarnos con diminutivos familiares, a los que estamos denunciando. Nosotros también sabemos denunciar.

En definitiva, usted no es nazi porque los nazis han muerto. No es neonazi, porque se le pasó la edad y no emplea el bate de béisbol sino la amenaza. Usted es, simplemente, un "mataguanches", y que nuestros antepasados se jodan. De nuevo, disculpas a nuestros lectores por estas expresiones.

No queremos acabar este editorial de hoy sin comentar una noticia curiosa aparecida el pasado viernes en un periódico canarión: "El Cabildo reclamará competencias para poder sancionar los ataques a la imagen turística de Gran Canaria". Nos preguntamos de qué leyes se valdrá ese Cabildo para sancionar los ataques a la imagen turística de una isla. ¿A partir de ahora, por ejemplo, no se podrá hablar de que en Maspalomas la cerveza es mala -si ese fuera el caso-, o de que los apartamentos de Playa del Inglés no están suficientemente limpios, o que el Dedo de Dios ya no está en su sitio? ¿Tampoco podrá decir el periódico EL DÍA que Canaria, la tercera isla en tamaño y segunda en población, es desangelada, calva de montes y cubierta en gran parte por secarrales? De algunos disparates es mejor reírse.