Alguien ha escrito en estos días que hace cuarenta años, cuando cierta cuota no muy alta de la humanidad que tenía una televisión en blanco y negro vio en directo la llegada del hombre a La Luna, cundió por el planeta la sensación de que todo estaba al alcance de nuestra mano. Ningún otro acontecimiento podía coronar de mejor forma la década prodigiosa. O los felices sesenta. Años en los que los españoles se fueron quitando las alpargatas y dejaron de asombrarse en demasía por contemplar a señoras en bikini.

Cabía pensar entonces que cuarenta años después viviríamos en una sociedad mucho más avanzada, tanto en el aspecto tecnológico como en el político y el moral. En 1969 España vivía al calor de una dictadura contra la que protestaban muchos, no cabe duda, si bien no tantos como ahora. Había señores del régimen -falangistas, para más señas; falangistas de camisa azul con cangrejo y correaje- que vivían muy bien al sol del franquismo protector. Tan bien vivían, que sus hijos podían acudir a colegios de pago y educarse como niños litre. La formación esencial -los ejemplos son tan numerosos que ya no constituyen la excepción, sino la regla- para luego militar en la progresía y presentar mociones a favor del aborto y en contra del antiguo régimen. Algo a lo que tiene derecho todo el mundo, vaya eso por delante, aunque el sujeto -o la sujeta- en cuestión no provenga de padre falangista y haya acudido a colegios de alcurnia. Y lo dejo aquí.

Ciertamente, y aunque desde el Apolo 17 nuestro satélite natural no ha vuelto a ser horadado por la huella de ningún astronauta, el mundo ha avanzado tecnológica y políticamente. Aunque a trompicones, la democracia se ha ido asentando en la mayor parte del orbe. En lo que respecta al avance tecnológico sobra cualquier comentario. Queda el aspecto moral, y ahí sí que vamos, como diría una lejana amiga, cuesta arriba, con patines, viento en contra y contrapeso.

Acongoja, por no decir otra palabra, que en los mismos periódicos donde se recuerda la gesta de la llegada a La Luna, aparezca la noticia nada edificante de otra menor violada por siete menores. Lo peor del caso es que llueve sobre mojado, pues días antes seis jóvenes -de ellos cinco menores- forzaron a una chica de 13 años en la localidad cordobesa de Baena. El nuevo suceso se ha producido en Isla Cristina, Huelva.

¿Qué está pasando?, se preguntaban ayer los participantes en una tertulia radiada. Pasa que la moral ha sido reemplazada por el todo vale. Si el novio de una chica puede fornicar con ella, ¿por qué no también los que no lo son? Ellos también tienen derecho; se lo han dicho sus padres, sus profesores y, sobre todo, sus políticos. No con palabras directas, hasta ahí podíamos llegar, pero sí con leyes disparatadas y permisividades que jamás se debieron tolerar; con nueva moral -si es que a eso se le puede llamar moral- según la cual una chica de 16 años tiene que pedir permiso a sus padres para llegar a casa después de las diez de la noche, pero no para abortar o meterse en el cuerpo la píldora del día después. Ya puestos, qué importa un polvo más o uno menos, ya sea por las buenas, por la cara y sin mosca o, simplemente, a la fuerza.