YA SE SABE que las campañas electorales son el mayor enemigo de la mesura, de la templanza y, a veces, hasta de la verdad. En los mítines se proclaman barbaridades sin cuento, se perpetran ataques feroces al adversario y, lo que es aún peor, lisonjas sin pudor para el correligionario, independientemente de lo que luego se digan entre ellos a micrófono cerrado. Es el sino del mítin: la sal gorda, cierta grosería expresiva, el grito que suplanta, tantas veces, a la reflexión. Y, así, escuchamos a la "número tres" del PSOE, doña Leire Pajín, decir cosas como que se produce en el mundo un "acontecimiento histórico", como es la coincidencia de dos liderazgos planetarios, el de Obama en América y el de Zapatero en Europa. Y todos tan campantes.

He defendido siempre la honradez de Francisco Camps, presidente de la Generalitat valenciana, en el absurdo enredo de sus trajes y su amistad con ese personaje lamentable al que llaman ''el bigotes''; también me parece que el ex presidente andaluz y actual vicepresidente tercero del Gobierno, Manuel Chaves, es persona íntegra, de la que sería muy difícil afirmar que se ha enriquecido personalmente tras muchos años en el cargo; lo que, por lo demás, no significa que quien suscribe ponga la mano en el fuego ni por todos sus colaboradores ni por todos sus familiares. Digo lo que digo, y no digo más que eso.

Pero una cosa es combatir la demasía en los ataques, patentemente no siempre justos, que reciben Camps y Chaves, cada uno por su lado, y otra es pasarse al extremo opuesto. Ignoro lo que significa que Chaves sea "el más honesto de los andaluces", como lo describe Felipe González, o que Camps sea "el más honorable de todos los valencianos, de todos los españoles", como, llevado sin duda del entusiasmo, proclamó Mayor Oreja en un mítin en Valencia. No se trata de establecer "hit parades" de honradez, sino de garantizarnos que quien ejerce un cargo público no lo utiliza ni para su lucro ni para el de sus allegados.

Y supongo que no pocos andaluces, muchos valencianos y bastantes españoles se sentirán un poco irritados con estas comparaciones, que sitúan al líder propio por encima de todos nosotros, y del mundo mundial -y de los mismísimos que los adulan- en cuanto a limpieza moral. Creo que era Goethe -y, si no era suya la frase, merece serlo- quien decía que "de la exageración nacen todos los males". Menos mal que la campaña electoral, esta campaña horribilis, ya está acabando...