EN PRINCIPIO, la carrera del tenor canadiense Jon Vickers (nacido el 29 de octubre de 1926 en Prince Albert, Saskatchewan) no estaba encaminada hacia la ópera, sino hacia los negocios. Comenzó a cantar como aficionado hasta que, seducido por su hobby, ingresó en el Conservatorio de Toronto, donde se formó con George Lambert.

Tras un periodo en su país natal, dio el salto a Europa. Inglaterra será su primer destino en 1956, año que marca su debú en el Royal Opera House de Londres, donde representa "Un ballo in maschera", de Verdi, y encarna a Eneas en "Los troyanos", de Berlioz. Sólo dos años después se presenta en el festival alemán de Bayreuth como Siegmund, en el que será uno de sus hitos dentro de la interpretación wagneriana. Curiosamente, su alianza con el autor de "Tristán" se vio limitada por cuestiones religiosas, ya que Vickers era un cristiano ferviente, motivo por el cual rehusó cantar los papeles de Sigfrido y Tannhäuser, a cambio de lo cual -y por razones que también tienen que ver con su credo- fue un excepcional Parsifal.

Este será uno de sus personajes predilectos durante los años 60 y 70, décadas en las que Vickers se consagra con uno de los grandes heldentenor (tenor heroico) de su tiempo, condición que hace valer en los principales escenarios internacionales, de La Scala de Milán al MET de Nueva York pasando por la Ópera de Viena.

Dotado de una voz poderosa, consonante con su corpulencia física, el cantante canadiense poseía unas cualidades que le hacían especialmente apto para el repertorio dramático, virtudes que trasladó a sus interpretaciones de Otelo en la ópera homónima de Verdi (en la imagen), Sansón (tanto en la obra de Haendel como en la de Saint-Saëns), el citado Parsifal o el atormentado Peter Grimes en el drama del mismo título de Benjamin Britten, insuperado y quizá insuperable. Tristán en "Tristán e Isolda"; Herodes en "Salomé", de Strauss, Florestán en "Fidelio", de Beethoven; Nerón en "La coronación de Popea", de Monteverdi, o el Canio de "Pagliacci", de Leoncavallo, son otros de los papeles en los que obtuvo sonoros triunfos.

Sobre el escenario, Jon Vickers tuvo a las mejores compañeras de reparto, desde Maria Callas en "Medea" a Mirella Freni en "Otello", pasando por Renata Scotto, Grace Bumbry, Shirley Verret, Montserrat Caballé (en su terreno natural, "Norma"), Régine Crespin, Gwyneth Jones, Leonie Rysanek, las alemanas Christa Ludwig y Helga Dernesch, y la gran soprano sueca Birgit Nilsson, con la que pudo haber formado pareja ideal en los dramas de Wagner, de no ser por los citados principios religiosos, que redujeron a tres el catálogo de personajes wagnerianos interpretados por el canadiense y a dos las comparecencias en Bayreuth.

Ni que decir tiene que Vickers fue el antidivo por antonomasia, un hombre consagrado a su arte (hecho a partes iguales de vena espiritual y dedicación profesional), un trabajador del teatro que rechazó por sistema los oropeles a los que estaba destinado y que tras cumplir cincuenta y cinco años decidió dedicarse a la enseñanza. Uno de sus alumnos, el también canadiense, Ben Heppner, es considerado su heredero natural.