Cuando están cerca de cumplirse diez años de la Declaración de Bolonia -será el próximo 19 de junio-, las posturas de los defensores y detractores de este proceso, dirigido a articular un espacio común para las enseñanzas universitarias en Europa, están cada vez más enfrentadas.

Que Bolonia supondrá una revolución de la educación superior es algo unánimemente aceptado: la discusión está en si sus efectos serán positivos -movilidad de estudiantes y profesores, reconocimiento de las titulaciones en todo el continente, cambio de las metodologías docentes-, como aseguran sus partidarios, o bien catastróficos -mercantilización de la Universidad, encarecimiento de las matrículas, desaparición de las titulaciones no rentables económicamente-, como auguran sus críticos.

Pero, a pesar de las interminables discusiones al respecto, aún persiste la duda: ¿qué es Bolonia? Lo cierto es que la declaración, firmada por 31 países europeos, se resume en un puñado de medidas orientadas a "establecer el área europea de educación superior": la adopción de un modelo de titulaciones "fácilmente comprensible y comparable" -basado en el grado como sustituto de las actuales diplomaturas y licenciaturas-, el fomento de la movilidad -que, en el caso de los estudiantes, se favorecería con la creación de un nuevo sistema de créditos- y la promoción de la cooperación europea para desarrollar "criterios y metodologías comparables". Nada, pues, sobre injerencia empresarial en la Universidad o desaparición de carreras con poca demanda de alumnos, aspectos que, de ser ciertos, habría que atribuir al desarrollo del proceso por parte de los gobiernos -centrales y regionales- y de las propias universidades.

La Universidad de La Laguna no ha sido ajena al debate. Varias manifestaciones y un encierro en el campus de Guajara -finalizado ayer- son un ejemplo de la oposición de un sector del alumnado -el mayoritario en el claustro de la institución- al proceso de convergencia. Uno de sus representantes, Adán González, portavoz del grupo AMEC, y el vicerrector de Ordenación Académica de la ULL, José María Palazón, mantienen visiones radicalmente opuestas de los principales interrogantes que genera Bolonia.

¿Privatización o consulta?.- "La ULL se sigue fundamentando en la financiación pública, y el contrato programa es un ejemplo", recuerda Palazón, que se pregunta: "¿Por qué se ve mal que el empresariado, que es parte de la sociedad, participe con fondos y se le consulte sobre los perfiles profesionales que demandan en los titulados?" Otra cosa, matiza, es que el sector privado diseñara los planes de estudio, "lo que no hace ni va a hacer", apostilla. Por su parte, González encuadra Bolonia en un "proceso de liberalización de los servicios públicos, especialmente la educación y la sanidad". Para el portavoz de AMEC, el interés social de las titulaciones "lo medirá el interés empresarial", de forma que la Administración sólo invertirá si primero lo hacen las empresas.

Becas y gasto.- Frente a la sospecha de que la reforma supondrá un encarecimiento de las matrículas, el vicerrector lo tiene claro: "Ya tenemos un título de grado y 23 máster, y las tasas están publicadas en el BOC. El grado cuesta lo mismo que las licenciaturas, y los máster sobre los 1.700 euros, muy lejos de las cifras de seis o siete mil de las que se habla". A juicio de Adán González, se está generando "la cultura del préstamo renta", al estilo del ámbito anglosajón, lo que relaciona con un intento de "liquidar la educación como servicio público" y promover una universidad "elitista".

El valor del grado.- La supuesta devaluación de los títulos de grado respecto a las actuales licenciaturas es otra de las críticas habituales a Bolonia. Para José María Palazón, este argumento "no es cierto" y procede de la aplicación de "una mera regla matemática, como si pasar de cinco a cuatro años tuviera que significar necesariamente una merma de los contenidos". El vicerrector recuerda que, con Bolonia, la enseñanza no va a centrarse sólo en la transmisión de contenidos, sino también de "competencias, habilidades y destrezas" que permitirán seguir aprendiendo y aplicar los conocimientos. Para los detractores de la convergencia, sin embargo, la pérdida de peso del grado obligará a cursar posgrados o máster, con el consiguiente encarecimiento.

Titulaciones en riesgo.- ¿Corren peligro titulaciones que, como las Humanidades -pero también las Ciencias Experimentales-, registran escasa demanda de alumnos y pueden no interesar al sector empresarial? Adán González es tajante: "Hay peligro, y si se mantienen, estarán descafeinadas". Palazón se remite a los proyectos de Humanidades presentados hasta el momento y que han recibido informes favorables. "La realidad es tozuda y esos fantasmas están desterrados", concluye.