EL RECIENTE nombramiento de Ángel Gabilondo, anterior rector de la Universidad Autónoma de Madrid, como nuevo ministro de Educación con competencias en universidades lleva inmediatamente a una reflexión: hace sólo cinco años la ministra era Pilar del Castillo, del Partido Popular, a la que han sucedido, ya desde el PSOE, María Jesús San Segundo, Mercedes Cabrera, Cristina Garmendia y, ahora, el citado Gabilondo. La vida media no llega a dos años. Y esto, en medio de un proceso unánimemente calificado como trascendental para la educación superior, como es la armonización del sistema universitario europeo bajo los conceptos, simples pero ambiciosos, contenidos en la Declaración de Bolonia.

En el no siempre estimulante mundo de la gestión universitaria nos pasamos alguna parte del tiempo consultando la extensa y compleja normativa legal. Por fortuna, algunos expertos en Derecho Administrativo se suelen apiadar de nosotros y elaboran compendios que permiten reunir en un solo volumen toda la legislación tanto nacional como autonómica. Pues bien, entre los años 2002 y 2008, estos eruditos hubieron de renunciar a su empeño, pues la extraordinaria cantidad de normas cambiantes que padecía la universidad hacía de todo punto imposible abordar tal tarea con mínimas posibilidades de éxito intelectual y editorial.

En educación, es bien sabido, los efectos de los cambios normativos se perciben a largo plazo. Si hoy cambiamos el plan de estudios de una titulación empezaremos a notar lo acertado o lo erróneo del cambio dentro de cinco o diez años, como poco. En el ínterin tendremos impresiones parciales, pero no serán concluyentes hasta que los alumnos desarrollen por completo el nuevo plan, terminen la carrera, se incorporen al mercado de trabajo y muestren en la sociedad, en campo abierto, las capacidades que adquirieron. Esto se compadece mal con la improvisación y los cambios continuos.

Con Bolonia como excusa los gobiernos de España han acometido una profunda remodelación de la Universidad. Con Bolonia o sin ella, muchos de ellos eran y son necesarios, mientras que otros son más que discutibles. Singularmente, es necesario valorar como muy positiva la apuesta por la calidad en la docencia, la investigación y la gestión. Calidad que tiene que ser contrastada, visible, comparable: la búsqueda de la calidad como método en un mundo que tiene una larga historia de mera burocracia salpicada, a veces, de inspiración más o menos afortunada.

La remodelación ha sido gestionada, en mi opinión, de manera errática y desafortunada. Por hablar sólo de un ejemplo, los cambios en las titulaciones se acumulan en la Agencia Nacional de Evaluación de la Calidad y la Acreditación (ANECA). Los números abruman: a día de hoy, más de mil títulos esperan su necesaria verificación para ser implantados ¡en septiembre! Las Universidades, la nuestra entre ellas, no sabe todavía cuáles serán las titulaciones sometidas al proceso que empezarán el próximo curso, veinte en nuestro caso. Otro tanto ocurrirá el año próximo, fecha límite para adaptación, normativa, al Espacio Europeo de Educación Superior.

No es maravilla que, con tanto cambio como el descrito antes, estemos en la situación actual. Los grupos antibolonia están recibiendo un inesperado apoyo en la torpeza gubernamental, que a su vez propicia incertidumbres en los rectorados, que no tienen respuestas a las dudas que, lógica y legítimamente, tiene cualquier universitario.

Así las cosas, procede, pienso, ser muy crítico sobre tanto cambio de criterio político, idas y venidas de ministerios y ministros, secretarías de Estado y leyes, decretos y normativas. La responsabilidad, lo ha reconocido como un error, es del presidente Zapatero. La universidad necesita tranquilidad para hacer los cambios, solidez en las directrices, claridad en los objetivos.

El nuevo ministro es filósofo, antiguo religioso, especialista en Hegel y en el pensamiento francés. En una entrevista afirmó que le gustaba hacer el amor con las palabras. Me temo que vamos a necesitar algo más que eso para subsanar errores y recuperar el tiempo perdido por la universidad. No bastará con el amor, que dicen que lo puede todo, ni con las palabras. A lo mejor lo de Hegel?

* Universidad de La Laguna