Hilario Cabrera Domínguez tiene 97 años y nació y ha vivido toda su vida en San Andrés, cuando el pueblo marinero no contaba más que con unas pocas viviendas. Los padres de Hilario Cabrera tuvieron ocho hijos y con una mente clara comenta que su abuelo procedía de Lanzarote. "Los de San Andrés no iban a las artes -la pesca- sino cuando se paraba el trabajo y se iban a pescar para traer comida a la casa. Mi hermano el mayor fue el único que se dedicó a la pesca y el resto al campo, como mi padre, que tenía la finca enfrente de la playa de la Teresa", dice.

La playa Teresa, a la que hoy todos conocen como Las Teresitas -nombre que tomó, según el vecino, después de que la arreglaran y le pusieran la arena amarilla-, la hizo una compañía propiedad de un vasco al que llamaban Marrero. "Yo trabajé haciendo la playa Teresa. Primero estuvimos trabajando en Cueva Bermeja, después con los barcos en la Dársena y al final, se hizo la playa Teresa", dijo Hilario Cabrera, el cual pasa cada día sus mañanas sentado en la plaza de San Andrés.

"Tras la arena".- El testimonio de las personas mayores de San Andrés confirma que Las Teresitas, concretamente la zona donde antaño estaba ubicado el campo del San Andrés y el cementerio, son de servidumbre marítimo-terrestre y que la abundancia de arena negra y callaos en la zona hacían que en la parte donde actualmente se encuentra el mamotreto hubiese un horno para cocer las conocidas ollas de San Andrés. Al lado del horno había una herrería y más arriba había un abrevadero para las mulas que se surtía del agua de un pozo. Cabrera Domínguez mira una fotografía de la playa donde no aparece el campo de fútbol y un camino de tierra lo atraviesa justo por la mitad y que servía de camino hacia el cementerio, el cual bordeaba y llegaba hasta El Moro, Los Órganos y conducía hasta el camino de Igueste. Éste se interrumpió porque en un principio iba junto a la playa, pero como el terreno era volcánico, se tuvo que subir. El terreno que con los años sería el campo de fútbol del San Andrés, en la infancia de Hilario Cabrera era de tierra, y bromea al comentar que "el campo lo estropeó la carretera de Igueste porque entró el camino por una puerta y le salió por la esquina".

"Cuando éramos pequeños donde estaba el campo era tierra. No había sino la mar y de ahí para arriba era arena negra y tierra de plantar. Se plantaba de todo, tomates, papas, cebollas y plátanos pegado a la arena negra". Al paso sale Santiago Hernández, el cual recuerda que "la cáscara del plátano era tan fina que parecía de cebolla", y comenta que en la zona en la que hoy se erige la escollera había una corriente peligrosa. "Mi familia le cedió el terreno al ayuntamiento para que hiciera el cementerio de San Andrés en La Teresa y, para enterrar a los muertos, se hacía en arena negra". Hernández considera que "si se hicieran voladuras sobre el mar en la parte del fondo de la playa se podría hacer un paseo por toda la costa y sin molestar a nadie y se unirían las dos playas". Cabrera dice que antes no había avenida de entrada al pueblo y nos alumbrábamos con "carburos" hasta las doce de la noche y "cuando se apagaban seguíamos haciendo luchadas a oscuras porque nos daba igual".

Tomates como caramelos.- "Cuando era chico iba a comer los tomates de la mata porque eran como dulces a las huertas de frente de la playa ", dice Hilario Cabrera, que todavía rememora cuando "en el turno de noche iba organizando el turno de los camiones que sacaban la arena negra de la playa Teresa para otros rincones. La playa está mejor hoy porque se pueden bañar y llevar a los niños".

Cabrera recuerda que antaño habían muy pocos barcos y solían atracar en El Pozo. Además de la Caleta del Mármol había otra en Las Gaviotas y para llegar de Las Teresitas se iba por la orilla de la mar. "Para ir se saltaba bien, pero si querías regresar sólo había un escalón, si acertabas volvías y si no... Allí murieron dos conocidos".

Por peseta y media.- Hilario Cabrera recuerda que como se crió en el campo, se levantaba por la mañana y su padre lo mandaba a casa de una señora viuda que le daba clase a él y a sus hermanos por peseta y media. "Yo no fui nunca a la escuela pública, sino que a la semana le pagaba mi padre peseta y media a esta señora por enseñarnos un poco. De ocho hermanos ninguno fue a una escuela pública. Mi madre nos daba leche y gofio para desayunar y mi padre siempre decía que potaje a mediodía, hambre todo el día", dice con una amplia sonrisa.

Hilario Cabrera y sus hermanos se solían bañar en un lugar al que llamaban El Charquillo. "Vivíamos en una casita normalita porque aquí grandes había muy pocas. Empecé a trabajar cuando se hizo la plaza de la Candelaria cuando tenía 12 años. Tenía una escalera pegada al Casino porque no era como es ahora y sacábamos arena del barranco ganando cuatro pesetas. Trabajábamos tres menores y la jornada empezaba a las seis de la mañana. Cuando se hizo la rambla, que antes se llamaba Camino del Coche -era de tierra-, sólo hasta donde empieza el parque García Sanabria y en el 1933, que yo estaba en el cuartel, se hizo el resto de la avenida hasta el Monumento a Franco", va contando.

Arena para la Refinería.- Cabrera Domínguez recuerda cuando plantaba su huerta con sus hermanos. "Llegué a llevar arena de la playa de Teresa a la Refinería. Fumábamos a escondidas en la Refinería y no nos decían nada, pero si corríamos pensaban que pasaba algo y entonces te echaban a la calle". En cuanto a la construcción del mamotreto de Las Teresitas dice que "aquí lo han destrozado todo y no han hecho nada. Ahora no se puede plantar nada y no hay ni agua". "Yo siempre iba a los carnavales de Almáciga y a Taganana. Íbamos seis o siete de San Andrés y nos quedábamos hasta cinco días, pero no gastábamos nada porque nos invitaban a desayunar, a almorzar y a cenar. Me casé en 1941. Fruto del matrimonio nacieron dos niños y tres niñas. Mis tres hijas murieron. Una de cuatro años murió de empacho en el Hospitalito. Como no teníamos dinero para pagar un coche fúnebre, mis hermanos y yo la llevamos a mano en el ataúd hasta Santa Lastenia".