UNA NOCHE de invierno, una mujer, Pilar, sale huyendo de su casa. Lleva consigo apenas cuatro cosas y a su hijo. Antonio, su pareja, no tarda en ir a buscarla. Pilar es su sol, dice, y además, "le ha dado sus ojos"... A lo largo de la película, los personajes irán reescribiendo ese libro de familia en el que está escrito quién es quién y qué se espera que haga, pero en el que todos los conceptos están equivocados y donde dice hogar se lee infierno, donde dice amor hay dolor y quien promete protección produce terror.

"Te doy mis ojos", la excelente película de Icíar Bollaín, ya con media docena de años, no ha perdido un gramo de actualidad. También hay otros infiernos con parecidos diablos, más o menos lejanos, pero que los tenemos entre la fauna nacional. Aún se está buscando el cuerpo de Marta del Castillo, la chiquilla de 17 años asesinada por un ex novio con el que había tenido una relación de menos de dos meses.

La historia que he conocido esta semana también es amiga del insomnio. La protagonista es una mujer iraní, Ameneh Bahrami, que en 2004 fue quemada con ácido por un compañero de universidad porque no le aceptó como esposo. ¿Les suena el argumento?. Quedó ciega, calva, parcialmente sorda y totalmente desfigurada. Ameneh ha decidido aplicar la Ley del Talión, que permite la legislación de Irán y que exige un castigo igual al daño cometido.

Aunque parezca desproporcionada, las civilizaciones antiguas instauraron la Ley del Talión como una conquista jurídica, para dar una proporcionalidad a la venganza que solía consistir en causar un daño mucho mayor al sufrido. Pero hasta para aplicar la proporcionalidad las mujeres merecen menos.

Es gratificante que en un país de confusiones religioso-político-militares, donde el respeto por los derechos humanos ofrece un paisaje siniestro, un tribunal condene a un agresor de una mujer a perder un ojo. Sí, como lo oyen: al individuo en cuestión, lo anestesiarán antes de dejarle caer unas gotas de ácido en un ojo para que pierda la visión.

Ahora lo van a entender. La razón de la merma del castigo se funda en que una mujer vale la mitad que un hombre. Por tanto, un ojo por dos. Ella está decidida a que se cumpla la sentencia.

Las reacciones no se han hecho esperar. Mucha gente le ha pedido que renuncie y le perdone. No soy uno de ellos. Por varias razones que tienen mucho que ver con el contexto en el que se ha producido la terrible agresión:

-Para un buen número de hombres el criterio de perdonar es inherente al ser femenino. Primero las maltratan y luego apelan a su perdón. Ya está bien de corazones blandos con estos tipejos.

-Porque si ella renuncia, muchos intérpretes se alzarán leyendo que la mujer admite su culpa y acepta su castigo y que por ser mujer debe perdonar y asumir.

-Porque la condena ha de tener un efecto didáctico. Enseñar a quien no es capaz de delimitar por sí mismo entre lo que se debe o no hacer.

Debemos entender las leyes y los castigos en cada medio y en cada idioma, muchos otros hombres estarán esperando con el frasco de ácido para actuar en caso de que el agresor se libre de la condena.

Ameneh no debe perdonar. Es su deber. Se lo debe a sí misma y a todas las mujeres de su pueblo a las que salvará del mismo destino.

En el Día Internacional de la Mujer Trabajadora -es decir, de todas las mujeres- esta historia no es sino una más de las que auguran larga vida a esta celebración que personalmente entiendo como una jornada de lucha contra la injusticia general repetida diariamente con tantas y tantas mujeres. Para cada una de ellas mi solidaridad y apoyo; y el reconocimiento a la generosa entrega de la que somos testigos desde que nacemos.

P.D. Agradezco a cuantos lectores contactaron conmigo al no encontrar el artículo de la semana pasada. A partir de ahora, y por razones exclusivamente técnicas será quincenalmente cuando me asome a este balcón y les cuente las cosas tal como lo he venido haciendo cada domingo de los últimos doce años.

Feliz domingo.