Mi pensión de la calle del Prado de Madrid era muy distinta de las otras muchas que visité o conocí en los años que pasé en la Península durante mi época de estudios. En todas ellas, el elemento dominante eran los estudiantes, que muchas veces llegaban por primera vez a la capital del reino para hacer estudios que en casa no se podían hacer y algunos llegábamos desde tierras tan lejanas como lo eran entonces las Islas Canarias, que si ahora dicen por ahí que si somos colonias, figúrense entonces cuando para llegar a Madrid, en el mejor de los casos, se empleaban tres días con sus tres noches. El ambiente de las pensiones, con este denominador común, era naturalmente divertido y animado y cada habitación no es que fuese una fiesta, porque se venía a estudiar y para muchos -como era mi caso- ello suponía un gran sacrificio económico familiar. Además, tampoco los que veníamos a estudiar en las que entonces se llamaban Escuelas Especiales (las Ingenierías) lo teníamos fácil, ya que se ingresaba en las Escuelas por Oposición, en lo que se tardaba varios años. Pero dentro del espíritu de estudio después de tres años de guerra, el ambiente era de sana alegría y diversión. Pero no en mi pensión de la calle del Prado, donde como he dicho otra vez teníamos hasta un sacerdote, capellán de un vecino convento de monjas, y el ambiente era forzosamente mas serio, y hasta había un huésped, para nosotros una persona ya mayor, que en su habitación grande cerca del comedor tenía hasta un gramófono y, gran aficionado a la música clásica, tenia sus colecciones de disco y algunas tardes organizaba unos conciertos privados, a los que invitaba a alguna de las personas mayores de la pensión, como al padre capellán. Y en la entrada de la pensión había una salita con un piano, en el que solía tocar algún día antes o después de las comidas una no muy agraciada joven que imagino estaría allí en plan de oposiciones Dios sabe a qué, y a la que en plan de bromas llamábamos "la Paderewsky", seguramente porque por aquellos días sonaría su nombre no ya como pianista sino también como ex-presidente de Polonia. Y en ese aspecto de seriedad de la pensión otra característica era la presencia no ya de estudiantes, sino de señores con la carrera acabada que no venían precisamente a divertirse sino a ganar una Oposición.

Entre ellos, los Abogados del Estado. Esta carrera era entonces, ignoro cómo lo cosa funciona ahora, una de las preferidas por los "niños listos de bachillerato", que se dividían en dos grandes ramas: los que sabían mucho de matemáticas, porque les gustase o porque se las habían enseñado debidamente, que querían ser todos "ingenieros de caminos, canales y puertos", o los que eran muy fuertes empollones, que esos cuando terminasen la carrera serían "Abogados del Estado" o también "Notarios" o "Registradores", que solo tenían en común que había que hacerlas por oposición, como las ingenierías. Claro que había otras carreras que era forzoso hacer fuera de casa, como era Medicina, a la que se accedía generalmente por tradición familiar. Pero las carreras por así decir brillantes, eran las de Ingeniero de caminos y la de Abogado del Estado, con las variaciones propias del caso, claro. Y en aquella pensión pudimos presenciar hasta dos de esas oposiciones Abogados del Estado. Las dos a las que se presentó Juanito Ravina, y si en la primera pagó la novatada, en la segunda la consiguió. En la primera, había en la pensión otros dos opositores, que sí que la ganaron y que ya la habrían preparando antes de la guerra, la que interrumpió las mismas. Me acuerdo especialmente bien de uno de ellos, Juan José Pardo López, que creo era de Jaén, y que se preparaba conjuntamente con otro compañero suyo, alto y delgado, cuyo nombre he perdido. Como Juanito hizo amistad con ellos, también la heredamos nosotros y me acuerdo de ir con ellos tres a misa los domingos a la Iglesia de Jesús de Medinaceli, que estaba relativamente cerca de la pensión, casi al final de la calle paralela a la nuestra, la calle Cervantes, en su confluencia con la calle Duque de Medinacelli, en la esquina enfrente del Hotel Palace. Siempre, o casi siempre, nos hacía Pardo el mismo chiste cuando volvíamos de misa y llegábamos al enlace con la calle León que habíamos de coger en un breve trozo para llegar a la del Prado. Justo en ese enlace y en la calle del León, había una tienda, cerrada los domingos como entonces era preceptivo, con un gran rótulo que decía "AVES - HUEVOS", y al pasar por delante decía Pardo en plan interrogativo "¿Habes huevos?" Y se contestaba a sí mismo: "Habeo"; es decir, para los que han olvidado o ni siquiera han conocido el latín macarrónico, la pregunta sería: "¿tienes huevos?" y a ella, "tengo", respondía Pardo. Y así uno y otro domingo. Ambos ganaron sus plazas y Pardo se fue a su Jaén y su compañero creo que a Granada o Córdoba, como años después confirmaba Juan Ravina que siguió toda su vida la amistad con ellos.

En la promoción que él ganó, la del 42, también había otros dos compañeros opositores con Juan, ambos vascos y que estaban en la pensión, si bien sus nombres se me han evaporado por la falta de uso. Uno de ellos las ganó en la oposición siguiente a la de Juan que no llegué a conocer, mientras que del tercero que nunca llegó a aprobar y que pronto abandonó la intención, recuerdo que su nombre comenzaba por Z, como el Dios vasco manda, y fue diputado a Cortes por su tierra durante la época franquista, supongo que por el tercio familiar. Guardo también de este una anécdota; era una persona muy seria, más bien triste y hasta aburrida, pero muy perspicaz; uno de nuestros amigos y paisano entrañable ya desaparecido, Carlos Diaz, luego ingeniero industrial y director de Unelco, cuyo nombre debería llevar en su recuerdo al menos la central de Las Caletillas, tenía a nuestro parecer un gran parecido con el galán Melvin Douglas de aquellos años y todos estábamos muy orgullosos de aquella semejanza y a quien se ponía a tiro lo sometíamos a su veredicto confirmatorio; una de las últimas personas a quienes consultamos fue este opositor, que miró a Carlitos con calma y detenimiento y a nuestra insistencia de "¿verdad que es igualito?", se limitó a decir un escueto y conciso: "¡no!", con lo que nos fastidió la fiesta para siempre.

Pero no todos éramos aspirantes a notarios, abogados del Estado, médicos o ingenieros. También Alfredo Sansón, buena estampa y elegante, vino un buen día, hizo su oposición y salió como secretario de Juntas de Obras del Puerto y un primer destino en tierras peninsulares. Especial significado tuvo para mí otra de aquellas oposiciones algo frecuente en los tiempos posteriores a la victoria militar que llevó consigo reordenaciones de todo tipo en las diversas Armas y Servicios de las Fuerzas Armadas, y una de ellas fue una convocatoria para ingreso en el Servicio de Intervención Militar, para el que se desplazaron a Madrid al menos tres personas conocidas, empezando por mi amigo Joaquin Casariego (hermano de Enriquito tristemente fallecido pronto, de Mariquilla y de César), siguiendo por mi antiguo profesor en el Paedagogium Teneriffa don Antonio Pérez y Pérez y por un tercer miembro cuyo nombre ya ni recuerdo aunque me da vueltas y vueltas en la cabeza y saltará al menor descuido, eso espero. Joaquin vino a mi Pensión Amiano que se estaba convirtiendo en un refugio de gente chicharrera, mientras que la otra pareja tomó otras orientaciones y precisamente en ella tuve ocasión de repasarles un poco las matemáticas con las que se iban a enfrentar en los exámenes pertinentes. Joaquín hizo vida común con los otros tinerfeños de la pensión e incluso recuerdo bien que era más bien primavera y en un patio al que daban las ventanas del cuarto de Joaquín y las del mío, un buen día se abrió una ventana y resultó ser un taller de modistillas, con una de las cuales, de nombre Margaritina, establecimos ciertas pláticas y conversaciones que nunca pasaron de eso, que tampoco los tiempos estaban para mayores alardes. Es curioso que no recuerdo nombres de personas conocidas de Canarias, y sin embargo recuerdo el del genial De Linos Lage, que era el máximo Jefe en lo de Intervención Militar, oposición que los tres aprobaron y con ellas en el bolsillo volvieron a la tierra.

Pero pronto dejamos la pensión Amiano un grupo de chicharreros, pero por simple solidaridad con alguien al que creímos le hacían una injusticia. Le habían subido media peseta al día la pensión. Y muy dignos, eso sí, nos marchamos. Ya les contará cómo y a dónde, si Dios quiere.