A PRIMERA vista parece que estoy aludiendo al actor Tom Cruise en su conocida saga de agentes secretos en misiones de dudosa legalidad. Pero vamos a dejar al bajito protagonista descansar de sus incómodos tacones en su titánico esfuerzo por equipararse en altura a sus parejas sentimentales, que le sobresalen un palmo, y adentrarnos en un problema que se vive a diario en la antesala de la ciudad, principal entrada de visitantes foráneos llegados en esos lujosos trasatlánticos que arriban al inmediato puerto.

Salvo excepciones, suelen ser de mediana edad y generalmente de clase acomodada, pues de lo contrario no podrían pagarse sus pasajes. Pero ocurre que algunos de ellos desisten de realizar la inevitable excursión panorámica que los lleva al norte de la Isla y culmina en nuestro incomparable Teide, porque prefieren curiosear y comprar en las tiendas de nuestras calles chicharreras o subir en tranvía a la inmediata y monumental Aguere para perderse entre los encantos de su histórico entorno.

Sin embargo, tras un copioso desayuno en el barco, suelen en principio salir andando hasta la zona del polémico charco y a la vista de su habitual vacía oquedad preguntan para qué sirve aquello, si se trata de una pista de patinaje o un velódromo y si ese día se van a celebrar competiciones o entrenamientos. A continuación, se hacen la pregunta del millón: ¿dónde hay un wáter público, que su vejiga o su intestino están a punto de reventar?

-"Pues mire usted -le responden los de casa-, si no van a un bar a tomarse un cortado y piden las llaves, su micción será imposible. Si acaso, se puede esperar unos días para cuando pongan los portátiles con motivo del Carnaval.

-¿Y no podría hacerlo en ese gigantesco charco vacío, ahora inexplicablemente vallado?

-Está así en previsión de las carnestolendas, aparte de que hay unos señores uniformados estilo Harrelson apostados en unas casetas, que pueden llevarlo esposado a comisaría municipal.

-Pues me vuelvo al barco, oiga, que a fin de cuentas estaré mucho más cómodo y sin tantos obstáculos?

Créanme lo que digo, pese a haber caricaturizado algo los diálogos, no se entiende cómo una ciudad y una Isla cuya principal fuente de ingresos es por concepto de turismo no contemple estos inconvenientes en plena entrada de la ciudad, habida cuenta las necesidades fisiológicas de cualquier visitante o ciudadano. Tampoco se comprende cómo los señores Herzog y De Meuron no tuvieron en cuenta este importante detalle, común a todos los seres humanos. Sin embargo, nuestros antepasados sí lo tuvieron en cuenta, pues sólo hay que remontarse medio siglo para recordar el urinario que existía en el subsuelo de la plaza de España, justo en la vertical del mamotreto que está situado frente al balcón principal del Casino. Lugar éste desde donde algunos dirigentes suelen apostarse para enseñar a sus subordinados o amigos el inenarrable espectáculo del "chingo" elevándose a 30 metros de altura (menos lobos, Caperucita), previa llamada de móvil al jardinero para que abra los grifos. No se explica -lo digo para concluir y cambiar de tema- que a lo largo de los años se hayan ido suprimiendo todos estos imprescindibles servicios públicos comunes a nuestras plazas o parques, pues solamente en carnavales se podrá practicar el "tiro libre" compitiendo con los canes que a diario marcan su territorio. Del mal olor consecuente preferimos no hablar.

Finalizamos con otro tema que ha sido y es la comidilla actual de la plantilla de funcionarios del Cabildo, acerca de las nuevas medidas de control de entrada y salida de sus trabajos, no sólo con una tarjeta, como en otros organismos públicos o privados, sino con la justificación presencial por huella dactilar, introduciendo el dedo en un orificio de una máquina que detecta si su propietario es quien le procura el orgasmo u otra persona en su lugar.

Desde siempre, controlar el rendimiento laboral de una plantilla de trabajadores ha sido todo un problema, porque es difícil saber si un trabajador o funcionario está laborando o vegetando en su puesto de trabajo, dado que la objetividad de los superiores puede ser peligrosamente partidista por amiguismo o parentesco. Pero lo que no se entiende, y es lo que los funcionarios reivindican, es que exista el agravio comparativo respecto a otras categorías que sí pueden hacer lo que les da la gana sin ningún contratiempo. Y muchos arguyen que el viejo sistema de firmar en una lista depositada en la mesa del jefe respectivo no funciona, porque sencillamente éste no suele estar siempre en su puesto de responsabilidad, ya que goza de unas prebendas que le son ajenas al personal subordinado. O lo que es lo mismo, que tanto las denominadas categorías laborales como los que están por encima de ellos gozan de una impunidad totalmente diferenciada y que resulta un claro exponente discriminatorio.

No entro, por razones obvias, a valorar los acuerdos previos que han tenido los sindicatos y la responsable de Recursos Humanos, porque no me compete. Pero sí hacemos constar, por experiencia propia, que muchas veces el mal comportamiento y la caradura de algunos suele perjudicar a muchos. Y son estos garbanzos negros los que, además de contaminar el saco, envilecen el compañerismo. Algo muy importante cuando se convive un tercio de la jornada diaria durante toda una vida laboral.

Malo es que paguen justos por pecadores, pero mucho peor es que no se llegue a un acuerdo que satisfaga a todos, porque, en definitiva, el trabajo condiciona el carácter a la hora de relacionarse con los demás y aún con la propia familia el resto del día. Y no hemos querido entrar en el llamado "mobbing", aunque algunos lo practiquen desde sus atribuciones meando, con perdón, por fuera de la bacinilla.