Siguiendo con el relato de mis pensiones madrileñas en los primeros 40, ¿qué hacía yo en casa de mi tía Felisa en la calle Alberto Bosch? Muy sencillo: a mi tio médico militar, el tío Agustín, lo cogió la guerra en zona roja y, fiel servidor de la República, en ella siguió mientras veía cómo en la mayoría de los buques de guerra eran asesinados y arrojados al mar los oficiales y compañeros suyos de carrera. El resultado fue que al terminar la guerra se le formó Consejo Militar y, como era habitual en el caso de oficiales profesionales, se le condenó a muerte, supongo que "por colaboración con el enemigo". Por ello, se encontraba su mujer en Madrid, intentando ayudar a su marido a través de sus numerosas amistades de reconocida influencia política y militar, lo que consiguió finalmente, que no en balde era ella también gallega como el entonces jefe del Estado. Vivía en un espléndido piso, en el que me refugié entre una y otra pensión, sito en la calle Alberto Bosch, casi esquina a Moreto, entre el Retiro y el Museo del Prado, con dos niños pequeños, uno de ellos, Carlos, nacido en Valencia durante la guerra, y el mayor, Agustín, de unos cinco años. La casa estaba muy cerca de la calle Moreto, que le era y le sigue siendo perpendicular, y casi a la vuelta de la esquina, en el tramo entre Alberto Bosch y Espronceda (calle donde vivió años después don Blas Pérez, ministro de Gobernación un montón de años, general jurídico y catedrático de Derecho en la Universidad, que había traducido del alemán nada menos que el Ennecerus-Kipp-Wolf, o como se escriba), pues en ese tramo de Moreto vivía un compañero mío de Academia de preparación: Juan Jesús Torán, el menor de cuatro hermanos, y el mayor de los cuales, José, al que llamaban "Pico", era nuestro profesor de Análisis Algebraico en la Academia Krahe, en la que estudiábamos, y él, a su vez, alumno de la Escuela de Caminos. Y en la casa de enfrente, en la otra acera, vivía con sus cinco hijos la viuda de Calvo-Sotelo, hermano de don José Calvo-Sotelo, ex ministro, diputado a Cortes y jefe de la minoría monárquica, al que mató el 13 de julio del 36 la policía gubernativa, aquélla llamada Policía de Asalto. La mayor de las hijas se acabó casando con mi primo José Ignacio, hijo de mi tío Pepe y entonces estudiante también de Minas, mientras que el único varón de 5 hermanos fue con el tiempo nada menos que presidente del Consejo de Ministros: Leopoldo Calvo-Sotelo y Bustelo. Y alguna vez, en mi época ya de estudiante de la Escuela, participé en alguno de aquellos "guateques" que se organizaban en casa de la viuda y que eran casi la única diversión que se nos permitía. Me acuerdo de otro en casa de los Lliso o los Carceller, al que asistieron las hijas del almirante Moreno, o al revés, que ya no me acuerdo.

La estancia en casa de mi tía fue corta y en ella mis jovencísimos primos probaron por primera vez el gofio que me mandaban de casa y que tomaban con mucho agrado, pero que cuando me mudé a otra pensión se fue también conmigo, que no estaban los tiempos para tirar nada, no ya por la ventana, sino al estómago de terceros. Aquellos dos niños crecieron, se hicieron hombres en Argentina, adonde se fueron a vivir con su madre, cuya nacionalidad adoptaron, y mientras el primero se hizo ingeniero agrónomo y trabajó hasta su jubilación creo que en la firme Shell, el pequeño Carlitos fue catedrático de Matemáticas de la Universidad de Buenos Aires, de la que fue Rector en el período de mando de los militares. Su labor de investigación fue siempre importante y colaboraba en trabajos comunes con la Facultad de Matemáticas de la Universidad Autónoma de Madrid, por la que venía casi cada dos años, y con ese motivo teníamos la oportunidad de vernos y no hablábamos de nuestra estancia común en Alberto Bosch porque no tenía conciencia alguna de ello. Sí me acuerdo que con motivo del fallecimiento de su padre, que tuvo lugar en Venezuela, donde se refugió una vez liberado, hube de ocuparme en sacar a mi primo una partida de nacimiento en Valencia capital. Hace dos años, y después de unos ataques de hemiplejía que no le impidieron volver una última vez por Madrid, falleció en su Buenos Aires, donde también lo ha hecho el año pasado su hermano mayor, Agustín, después de años de padecer un cáncer de abdomen que llevó siempre con gran entereza. Se cierra así un capítulo de mis andares madrileños, del que sólo resto yo en la actualidad. Aunque no perdimos el contacto con la tía Felisa, y ya en los años 60 y viviendo yo ya en Madrid, donde sigo, de vueltas de 15 años en la cuenca minera asturiana, pasaba de vez en cuando por Madrid camino de su Galicia natal mi tía, y con ese motivo mi tío Paco organizaba unas comidas en el restaurante Jai-Alai a las que asistíamos todos los Segovia aquí residentes o de paso, en unos actos la mar de entrañables que un mal día acabaron por ley natural.

De la calle de Alberto Bosch y ya casi en fase de verano, me acuerdo que fui por unas semanas a una pensión de la calle Leganitos, a mano izquierda según se baja, imagino que por indicación de mi primo Guillermito, ya que, aunque no vivía ya en Madrid, allí tenía un amigo de apellido Cossío, pariente de los Cossío laguneros, hijos del profesor de Dibujo del Instituto y afamado pintor, que estudiaba como él Medicina, si bien mi primo lo hacía en Zaragoza, donde mi tío Juan era catedrático de Física en la Universidad. Me acuerdo de haber pasado alguna Navidad en su casa aragonesa de la plaza de la Independencia, mientras mi primo se iba a Santa Cruz a pasar las fiestas, y en uno de esos años me parece estar viendo a mi tío corrigiendo los originales de imprenta de un libro suyo de "Física Teórica", que se hizo clásico en Facultades y Escuelas Especiales, y cuyos dibujos le vi hacer personalmente en su casa, para lo que era muy habilidoso. El caso es que caí en aquella pensión, con la que no llegué a familiarizarme porque estaba ocupando la habitación de alguien que al poco regresó y por ahí anduve luego en busca de otro alojamiento (les confieso que eso de "anduve" sólo me sale al escribir, porque siempre digo "andé", y "andó", y me pasa como con el "vosotros", que no hay forma que lo diga después de 70 años en esta tierra, ni falta que me hace, que yo me entiendo con el "ustedes" de siempre, como los ingleses con el "you"). De aquella pensión en una calle tan tranquila y poco transitada como era entonces Leganitos (ahora, ni idea, nunca paso por allí) me fui a otra sita en la plaza de Santa Ana, en la esquina con la calle del Prado, junto al Teatro Español, pensión que encima tenía el inconveniente de que no se comía en casa, sino que había que ir a comer a un local que estaba en un piso en la calle Desengaño, cerquita de la Gran Vía, local que era como no muy recomendable y hasta poco limpio.

Tanto ir y venir, de pensión en pensión y cada vez como a peor, debieron despertar los recelos paternos y un buen día, concretamente un sábado, que es cuando iba a comer a casa de mi tío, me dice éste que hable con mi primo Rafael Lecuona, que estaba terminando la carrera de Ingeniero de Minas, interrumpida por la guerra civil, o sea por el Movimiento Nacional, para entendernos, pues parecía que tenía una pensión para mí, como así resultó ser. A instancias de mi tío le había preguntado a su amigo José Torán, mi profesor en la Academia y hermano de un compañero como he dicho antes, por si algún compañero de su curso de Caminos conocía alguna recomendable y le había indicado un compañero de curso que se llamaba Alberto Dou y Mas de Xerxas, que no cabe insistir en que era catalán, concretamente de Olot, Gerona, que hasta me había reservado habitación en su pensión de la calle del Prado, en el número 10 de la misma, en el segundo piso. Y allá me encaminé con mi baúl a cuestas, baúl que aún conservo no sé si como reliquia o como pieza de museo y que ahora me ilustran lo complicado que debían de ser aquellos desplazamientos residenciales por la horizontal de Madrid y en casas sin ascensor, ya que en ninguna de las pensiones en las que estuve lo tenían, ni falta que nos hizo nunca.

Y quedamos en vernos la semana próxima ya en la Pensión Amiano, Prado, 10, Madrid, donde los espero.